“Lamento no haber sido la primera pianista clásica de raza negra del mundo. Creo que habría sido más feliz. Ahora no lo soy”. Fueron los prejuicios y el racismo, los que no permitieron a la joven Nina estudiar en las mejores academias y marginaron su gran talento. Pero Nina podía con todo, era capaz de superar todas la barreras que la vida le iba poniendo en su camino y se vio obligaba a tocar en los nightclubs, y a cambiarse el nombre para que su madre no supiera que estaba tocando “la música del diablo”. No solo cambió su nombre, sino que descubrió otra cosa: el poder de su voz. Nina ponía infinita pasión e intensidad en todo lo que hacía y esto la llevó a la radicalización política, los problemas psiquiátricos, la violencia doméstica, y al final a la soledad.