París era una fiesta
Anoche soñé con Hemingway. Estábamos los dos sentados en la terraza de la Closerie des Lilas, antes de que a los camareros les obligasen a afeitarse sus bigotes, hablando de Dostoievski.
Ernest no sabe qué pensar, cree que escribe increíblemente mal, aunque le haga sentir tan hondo, además, Ezra me enseñó a desconfiar de los adjetivos, me dice. Yo sonrío y pienso en la manera de desmentir cada cosa que Ernest acaba de decir, mientras la tarde otoñal se apodera de todas las esquinas del sueño.
La única ventaja de la mala memoria, es poder volver a enamorarse una segunda vez de la misma persona. Estoy releyendo "París era una fiesta", y a pesar de los más de diez años transcurridos desde la primera vez, la sensaciones son exactamente las mismas.
París, 1924, Hemingway con 25 años se sienta en una pequeña mesa en el Boulevard du Montparnasse con Joyce. Ninguno de los dos era entonces lo que son ahora, aunque Joyce ha terminado el "Ulises" y su fama se va acrecentando cada vez más.
Hablan de Ezra Pound, de sus poemas, de su persona, de la que Ernest parece enamorado, del que tú misma te dejas enamorar y corres a buscar cualquier poema de Pound que te haga sentir un poco más cerca de ellos.
Conocer a Scott Fitzgerald de la mano de Hemingway, dar una vuelta por el Hipódromo de Auteuil, que se nos haga de noche andando por las Tullerías, hablando de cómo dar realidad a las cosas sin describirlas, o de la soledad de muerte que llega al cabo de cada día de la vida que uno ha desperdiciado. Imagino a Ernest descubriendo aquella primera edición de "El gran Gatsby" y prometiéndose a si mismo, que a pesar de todo, hiciese lo que hiciese Scott, siempre le ayudaría en todo.
Silvia Beach, Adrienne Monnier y James Joyce
¿Hubo en realidad un tiempo, un espacio, en el que todos estos hombres y mujeres se leían entre sí, se comentaban los versos, se discutían los cuentos? ¿Existió ese momento, en el cual Joyce se encontró con Proust al salir de una cena, en la que
también coincidieron Picasso y Stravinsky? ¿Fue cierto, aquella maravillosa y pura profesión, aquel hambre, aquel amor incondicional? ¿Existió Silvia Beach, como un alter ego de mi misma, cobijando a toda una generación perdida entre las paredes de su librería?
Ezra Pound, John Quinn, Ford Madox Ford y James Joyce
Los árboles del Boulevard se agitan sobre nuestras cabezas, una hoja amarilla cae sobre la mesa mientras le confieso a Ernest, cuánta culpa tuvo él en mi avidez literaria, cómo influyó en mi deseo voraz de ser escritora. Toda esa suerte de
concentrado cultural y de amor por las letras, un genial imaginario en blanco y negro, de largos paseos al borde del sena hablando sobre literatura rusa, o tú mismo, aquí, mirando los árboles cambiar de forma, sin metáfora alguna, escribiendo en tu libreta azul.
Parece mentira, le digo, en realidad parece lo que es: una novela de ficción, pero siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que fueron antes contadas como hechos, me aclara Ernest, mientra el bullicio de las mesas de alrededor, las risas y el olor del vino se van haciendo cada vez más lejanas, más imposibles.
Gracias a Begoña López
Por Verónica Martín