Las vidas de los habitantes de las grandes urbes suelen suceder bajo tierra, en el suburbano, testigo de todos esos momentos en los que nadie les ve y revelan su cara más animal.
El metro, ese gran amigo y enemigo del día a día; ese transporte usado por millones de personas alrededor de todo el mundo que les lleva de casa al trabajo y del trabajo a casa; esa manera que tienen más accesible de recorrer una ciudad comunicada por transporte, pero en la que sus habitantes ni se miran a los ojos.
Tan solo basta con observar el ambiente de los vagones para darse cuenta de que, bajo tierra, lo que más desean los viajeros del suburbano es ignorar al resto tanto como ser ignorados.
Sin embargo, el pintor Matthew Grabelsky ha trasladado la ausencia de miradas, la autonomía e independencia de esos viajeros que juegan a estar solos en unos vagones repletos de gente, a un lienzo, pintándoles como verdaderos animales.
Porque para Grabelsky, los viajes diarios en el metro revelan nuestro lado más salvaje. El resultado es una serie de cuadros protagonizados por la fauna (literalmente) que se traslada en metro en la que los cuerpos humanos están coronados por cabezas de animales como monos, murciélagos o caballos, entre otros.
El hiperrealismo de las obras del autor genera una especie de familiaridad en el espectador, que cree reconocer a un compañero de viaje en el metro, envuelta en un sutil halo humorístico palpable en los distintos atributos de la vestimenta y los accesorios que llevan encima los viajeros, acordes a cada animal en concreto.
Por ejemplo, en esos monos leyendo a Jorge el curioso o en el perro leyendo cómo jugar al póker.
“Mi objetivo es crear el efecto de estar mirando a una escena en el metro como si fuera un diorama en un museo de historia natural. Las imágenes presentan momentos congelados en el tiempo y ricos en detalles, permitiendo al espectador inspeccionar de cerca cada elemento y establecer conexiones entre ellos para entender la verdadera historia”.