En una coyuntura donde el raciocinio se deja de lado y nos enfrentamos a nuevas formas de mostrar afecto, la necesidad de sentirnos plenos se mantiene intacta.
El 2020 fue un momento de unión colectiva frente a una circunstancia transversal en la que el mundo entero estaba asustado, inclinado a la incertidumbre, forzado a cambiar sus hábitos de consumo y su rutina; forzado a parar en seco.
Algunos privilegiados pudieron dedicar su tiempo íntegro de confinamiento a la introspección, enfrentándose a un nuevo paradigma de afección social facilitado por la tecnología, en detrimento del contacto físico.
Un beso, un abrazo, una caricia se convirtieron en el objeto de deseo colectivo. Bajo esta pérdida de afección real, la artista mexicana Karla Rojo comenzó una nueva serie de pinturas.
En busca de la primavera surgió en pleno confinamiento, tal y como explica:
“Era como si de repente se clausurara la manera en cómo sabemos entregar afecto, y empezamos a temer el contacto físico. Todo esto aunado a la presencia más intensa de la muerte, la desesperación, la impotencia y lo virtual”.
Pero bajo esa capa de desolación, la artista encontró un rayo de esperanza en la razón: “Durante el confinamiento mucha gente había llevado discusiones filosóficas a sus hogares, me emocionó, en aquel momento pensé que frente a las múltiples crisis que se desplegaban, podíamos reflexionar y dar nuevas respuestas”.
Las pinturas de En busca de la primavera hablan de la desolación, la desesperanza, el miedo, pero también muestran la constante posibilidad de salir de ese pozo de incertidumbre.
Karla Rojo sintió esos días de la pandemia “como si hubiera un apagón mundial del raciocinio”, como si la sociedad hubiera abrazado la época de la posverdad en contraposición a la apertura de la información.
“Sin embargo, no dejamos de necesitar sentirnos felices, saciar deseos y afectos profundos, con el sueño de ser plenos, de vivir en paraísos y primaveras, no hemos dejado esas raíces que nos dan la particularidad de lo humano, buscando, como si tuviéramos las frutas sobre la mesa, con la libertad de tomar una, comerla y beber su jugo, pero decidiendo todavía solo mirarla y seguir como si nada pasara…”.