Lydia Fernández, la fotógrafa que habla de emociones a través de sus sensuales autorretratos desnudos

La fotografía ha estado siempre muy presente, de diferentes maneras, en la vida de Lydia, pero todo cambió al ser madre. 

Detrás de la belleza y sensualidad de sus autorretratos desnudos hay una historia de aceptación y una forma de dar salida a unas emociones que, probablemente, muchas mujeres compartimos y nos cuesta expresar. La historia de Lydia es la de tantas otras mujeres a las que les cuesta reconocerse en un momento determinado de su vida.

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"Después de ser mamá, toda mi vida cambió. Pasé de ser Lydia a ser “la mamá de”, una mamá que dormía poco, trabajaba bastante y de repente se encontró en un cuerpo que no era el suyo. Y realmente mi cuerpo no había cambiado tanto, pero yo lo sentía diferente, no encontraba mi lugar, no me reconocía y me costaba bastante ponerme delante del espejo porque no me gustaba lo que veía. Mi autoestima empezó sufrir las consecuencias de esa falta de aceptación"

Nos cuenta la fotógrafa en una entrevista en exclusiva para Cultura Inquieta.
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Ese era su momento vital cuando un día, allá por 2011, sin plantearse mucho el para qué, sacó su cámara y empezó a autorretratarse:

"Supongo que en esos primeros autorretratos buscaba veme bonita, sin más, pero no fue eso lo que encontré al mirar esas fotos. Encontré un cuerpo que no conocía, una persona que se escondía, una mirada triste… y fue muy duro enfrentarme a esas primeras fotografías aunque, a la vez, sentí que tenía ante mí una herramienta increíble para aprender a mirarme de forma diferente. Así que así, de forma bastante intuitiva, comenzó mi relación con el autorretrato".

Los autorretratos de Lydia son de una belleza, una verdad y una sensibiidad extremas, pero a la vez transmiten fuerza, sensualidad, rotundidad y firmeza. Tanto que podemos imaginárnosla colocando la cámara en el trípode, sintiéndose libre, jugando con ella, dejando al margen de juicios, miedos y etiquetas. Olvidándose de que hay quien piensa que si una mujer se fotografía a sus 37 años es solamente porque se ve guapa o para gustar a los demás —cosas que tampoco estarían mal, si fueran el caso—, que ya no es edad, en definitiva: fotografiándose como si nadie fuera a ver esas fotos.

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Su amor por la fotografía viene de lejos; sus padres han guardado de siempre las fotos que hacían en álbumes y en una gran caja llena de recuerdos en forma de imágenes de algunos de los momentos más importantes (cumpleaños, bautizos, bodas...) y otros más cotidianos  (la hora del baño, una merienda con amigos o cuando se disfrazaban para jugar). Es ahora, cuando se da cuenta de que mirar esas fotografías no ha sido solamente la base de sus recuerdos —confiesa tener una memoria desastrosa—, sino, probablemente, también una forma de buscar quién es y de dónde viene.

Con 21 años descubrió el grado de Laboratorio de Imagen, y se enamoró para siempre de la fotografía cuando le enseñaron a revelar y descubrió toda la magia que había detrás: «supe que de una u otra manera, formaría parte de mi vida».

Cuenta que en la era del selfie, la sinceridad es el secreto para hacer arte haciéndote fotos a ti misma,

"ser honesta y mostrarte tal cual eres en vez de mostrar esa imagen tuya que quieres dar a los demás. Y así, crear una imagen que sea expresiva, que no hable solamente de ti, que se pueda interpretar de diferentes maneras y los demás puedan verse reflejados en ella."

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No niega que siempre ha recibido críticas por fotografiarse desnuda, pero, por suerte, ha desarrollado la capacidad de prestarles tan poca atención que casi ni se da cuenta de que están ahí:

"Un día entendí que da igual la intención con la que tú hagas una fotografía, porque luego cada persona, según su vivencia, sus creencias, sus juicios y sus miedos, la hace suya y ve en ella cosas diferentes a las que tú has intentado transmitir, y cuando entendí eso me quité un peso de encima y dejé de sentirme mal por las personas que juzgan mi trabajo solo porque les resulta soez la desnudez.

En esa desnudez encuentra mucha más expresividad que en un cuerpo cubierto de ropa, «las articulaciones, la tensión de los músculos, la piel erizada, los lunares formando sus propias constelaciones, las cicatrices… Todo eso cuenta quiénes somos».

Y es que a Lydia de la ropa le sobra el adorno, la coraza y la distracción que supone; ella busca mostrar el interior, la vulnerabilidad y la desnudez de dentro hacia afuera, esa que no se ve a primera vista.

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A nivel técnico, su fotografía es muy natural y el resultado final se acerca mucho al raw recién salido de la cámara. Esto lo consigue cuidando mucho la toma, eligiendo muy bien la luz —confiesa que el secreto para capturarla está en enamorarse de ella, observarla sin cesar y jugar todo el tiempo­— con la que va a trabajar, los colores, la exposición, los encuadres… Después utiliza Lightroom para dar la base de color y Photoshop para hacer pequeñas correcciones. 

Al pudor de desnudarse (y no solo físicamente) le hace frente entendiendo que no hay nada de lo que tengamos que avergonzarnos, «no hay nada en nosotros que esté mal, ni por fuera ni por dentro. Nuestro cuerpo es maravilloso tal cual es, no existen los cuerpos perfectos y nuestras “taras” están en nuestra forma de mirarnos, hacer las paces con nuestro cuerpo y aceptarlo es de los regalos más grandes que podemos hacernos. Con respecto a nuestra forma de sentir, es importante saber primero que nosotros no somos nuestras emociones, que los sentimientos van y vienen y además no hay emociones malas ni buenas», explica.

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Pero además de a sí misma, también hace fotos a otras personas. En ese caso, el desafío está en conseguir que la otra persona confíe en ella lo suficiente como para ser y mostrarse ella misma y conseguir que cuando miren sus fotos, se reconozcan y descubran quiénes son a través de la mirada de Lydia.

"Cuando hago fotos a otra persona no tengo una idea concreta en mi cabeza de lo que busco, pero días antes de la sesión, hablo mucho con ella, le pregunto por qué quiere hacerse fotos, por qué me ha elegido a mí para ello, qué quiere contar… y ahí ya me hago una idea al menos de por dónde empezar. No hay nada decidido hasta el día de la sesión, pero después de un café y algo de charla, intento captar la energía que trae para intuir un poco por dónde llevar la sesión. Uso mucho la música, elijo de forma muy consciente las canciones que suenan mientras hacemos la sesión para que me ayuden a que todo fluya mejor. Al final la base de mi fotografía siempre es la misma; luz, emoción y música".

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En cuanto a los autorretratos, tiene dos formas de trabajar, «una es sacando la cámara cuando hay emociones atrancadas en mi interior y necesito sacarlas. Busco un lugar en casa que tenga una luz que me guste, coloco la cámara encima del trípode, pongo música que me mantenga dentro de esa emoción y dejo salir, sin más, sin pensar nada, solo expresando lo que siento en ese momento. La otra manera de trabajar es decidir qué quiero contar y hacerme una idea mental de cómo podría ser la foto que mejor lo exprese. Pienso en qué luz usaría, qué partes de mi cuerpo saldrían en la foto, que encuadre escogería, si añadiría algún elemento…», después de 9 años autorretratándose, la cámara es casi una parte más del cuerpo de Lydia, la que le permite plasmar en una fotografía lo que siente por dentro.

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Sus referencias pasano por Francesca Woodman (cuyos autorretratos le hubiera gustado hacer, especialmente “Desde Space2”), Duane MichalsCarlos Perez SiquierJuan Manuel Castro Prieto y no, no existe ningún motivo concreto por el que sus fotografías sean en su mayoría de mujeres.

"Hay poquitos hombres que se planteen hacerse fotos conmigo porque en mi fotografía busco sensibilidad y vulnerabilidad, y parece ser que aún hay demasiadas personas que piensan que esas cualidades están reñidas con la masculinidad — explica Lydia consciente de que es una opinión personal— Yo estoy encantada con las personas a las que he fotografiado. Con todas he disfrutado mucho, he podido conocerlas, crear pequeños o grandes vínculos, compartir cosas muy íntimas… La parte que más me emociona siempre es cuando ven el resultado y se encuentran con su propia belleza. Es un momento mágico. Creo que todo el mundo debería dejarse fotografiar para tener otra perspectiva más allá de la que nos da el espejo".

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Entre las fotografías a las que tiene más cariño, el autorretrato con el que se dio cuenta que había dejado por primera vez salir sus emociones, el mismo con el que se ha fotografiado rompiéndolo y pegándolo, todo un acto simbólico: «un día, esos sentimientos y yo sufrimos una caída, así que coloqué el trípode con la cámara e hice una serie rompiendo esa foto al igual que sentía que me había roto yo. Luego seguí haciendo fotos mientras pegaba cada una de sus partes y volvía a rehacerla. Ya no era la misma, estaba llena de cicatrices, las mismas que tenía yo aunque en mí no se vieran a simple vista».

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Además de vender sus fotos, Lydia organiza sesiones y talleres que tienen mucho de terapeútico, pero hay algo que le tiene especialmente emocionada en los últimos meses, la publicación de su primer libro. «Primavera robada» recoge el proyecto que ha estado realizando durante la cuarentena y estamos seguros que el resultado transmitirá tanto y será tan delicado y sensual como todo lo que hace.

Gracias por mostrarnos tu mundo y por recordarnos que la fotografía puede ser refugio y vía de escape a la vez, Lydia.

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Lydia Fdz.: Web | Instagram

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