Hay una frase que dice "Si tienes que forzarlo no es tu talla. Aplicado a prendas de vestir, amistades y relaciones".
Es enorme el misterio que existe tras esa química, esa complicidad y esa afinidad que sentimos con algunas personas y no con otras, pero ¿cómo funcionan esas conexiones inevitables que a veces sí surgen?
Pensad en la cantidad de individuos que habéis conocido en vuestras diferentes etapas vitales; algunos continúan en vuestro día a día y otros se quedaron por el camino a favor o en contra de vuestra voluntad.
Obviando las circunstancias cósmicas que muchas veces nos depara el destino y nos alejan de gente con la que conseguimos conectar, nuestro cerebro y nuestras emociones están contínuamente funcionando como un filtro que decide quiénes nos aportan y quiénes no.
¿Qué determina ese momento en el que hablas por primera vez con alguién y sabes que vas a estar a gusto con él o ella siempre? Porque eso ocurre.
La psicóloga Elena Sanz, experta en Psicoterapia Cognitivo-Conductual, nos da algunas de las claves que hacen que surja la magia y la química.
a. Un punto de encuentro
Se trata de hallar, de manera natural, un punto de encuentro. Puede que esa persona exprese una opinión que sentimos como nuestra, tal vez comparta alguno de nuestras aficiones o haya atravesado una experiencia vital similar. En cualquier caso, existe algo en ella que nos lleva a sentirnos identificados y constituye un punto de partida positivo.
b. Mismos valores
Por otro lado, también puede ocurrir que sintamos sintonía con alguien aparentemente opuesto a nosotros. Muchos podremos dar fe de que personas con gustos y aficiones diametralmente distintas a las nuestras han ocupado un lugar importante en nuestro corazón.
Y es que, ocurre que a veces, no es tan necesario que se compartan ideas concretas sino valores básicos. Mientras existan el respeto, la admiración o la lealtad, el intercambio de opiniones puede resultar incluso enriquecedor. Únicamente necesitamos sentir que el otro posee unos principios compatibles con los nuestros y con los que esperamos de los demás.
c. La dinámica de la relación
Por norma, el tiempo es un factor necesario para la consolidación de las relaciones. Desde un primer momento podemos tener la sensación, con alguien, de estar en una longitud de onda parecida. No obstante, en otras ocasiones son los encuentros repetidos los que nos ofrecen la oportunidad de descubrir la valiosa esencia del otro.
Cada interacción nos permite conocer y profundizar en sus actitudes y modos de comportarse. Permite que se produzca la reciprocidad, que se muestre la consideración y el interés mutuo, que tengan lugar autorrevelaciones importantes entre ambos.
d. Sentimos afinidad con quienes hablan nuestro lenguaje
Pero, ante todo, sentimos afinidad con quienes comparten nuestro lenguaje emocional. Aquellas personas que parecen entender de forma natural las sutilezas de nuestra comunicación; que son capaces de percibir los matices en nuestra mirada, nuestros gestos o nuestro tono. Aquellos con los que el intercambio emocional es fluido, sencillo y natural, con quienes no tenemos que esforzarnos para explicar lo que hay en nuestra alma.
Esta sintonía natural que surge con algunas personas depende de rasgos de personalidad, de actitudes, de sistemas de representación y de un sinfín de factores personales de cada individuo. Cuando está presente es tan evidente como gratificante.
e. Las relaciones no son estáticas
Por último, es necesario recordar que los seres humanos no somos estáticos y, por ende, tampoco lo son nuestras relaciones. Nuestro propio crecimiento personal, nuestra evolución natural puede llevarnos a cambiar visiones, ideas y opiniones que mantuvimos tiempo atrás. Por lo mismo, relaciones que antes fluían a la perfección pueden dejar de hacerlo.
Si ya no conectas con quien solías hacerlo, no temas volar, no trates de forzar las emociones.