Si alguien conociera el secreto que desvelara la fórmula mágica para hacer de nuestros hijos y nuestras hijas seres humanos llenos de bondad y nobleza, el mundo sería un hogar para todos y todas. Algunos y algunas se han acercado a esa quimera.
La escritora italiana Natalia Ginzburg (1916-1991) ahonda en este misterio vital con las palabras y la perspectiva de alguien que tiene fe en que lo que se conocen como pequeñas virtudes son en realidad las grandes.
Le piccole virtú (Las pequeñas virtudes) es un breve ensayo que da título a un libro en el que también hay apuntes autobiográficos o reflexiones sobre su vocación de escritora. La prosa cercana y transparente de Ginzburg es el canal por el que captura algo tan inmenso como la vida cotidiana.
Intelectual de izquierdas y heredera de Chejov, comenzo a escribir Le piccole virtú en los años 60 basándose en su experiencia como madre. Con este breve manifiesto comienza su poderoso mensaje:
"Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes:
No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero.
No la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro.
No la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad.
No la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación.
No el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber".
Ginzburg tuvo que criar a sus tres hijos sola cuando su marido, el divulgador antifascista Leone Ginzburg, fue asesinado por los nazis. Como podemos leer, propone un modelo de educación radicalmente opuesto al que hemos recibido la inmensa mayoría.
La suya es una postura modesta, pero también un retrato a gran escala de la ideología moderna occidental y de lo que hemos considerado como lo más importante, en gran medida, por cómo nos educaron nuestros padres, por ese instintivo miedo a la vida que ella expone tan lúcidamente.
Olvidamos transmitir las grandes virtudes a nuestros hijos porque “confiamos en que broten espontáneamente de su ánimo, algún día futuro, considerándolas de naturaleza instintiva, mientras que las otras, las pequeñas, nos parecen el fruto de una reflexión y de un cálculo, y, por eso, pensamos que deben ser absolutamente enseñadas”.
Las grandes virtudes, las de verdad, no se respiran en el aire y deben enseñarse para convertirlas en el alimento que haga crecer la relación con nuestros hijos y nuestras hijas. Lo grande puede abarcar a lo pequeño, al contrario no ocurrira jamás.