'La mejor opción ', un relato breve de Pedro Martí

Pedro Martí nació en Vigo. Lleva escribiendo 20 de los 30 años que tiene. Nunca había publicado nada, tampoco lo había intentado. Nunca, hasta ahora que, para nuestra suerte, es colaborador de Cultura Inquieta.

Nos ha cedido otro estupendo relato inédito, 'La mejor opción', para el disfrute de todos.

Con anterioridad hemos publicado dos relatos del mismo autor, 'Insomnio' y 'Sardinillas'. Lecturas muy recomendables, opinamos.

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Foto: Letícia Pelissari | Unsplash

La mejor opción
Por Pedro Martí

Yo siempre he sido de fumar nada más despertarme, desde hace 20 años por lo menos. El primer cigarro fue a los 12, mi mejor amigo le robó uno a su madre y quedamos después de comer para fumarlo en su trastero. A mí me encantó, casi ni tosí y ya no me quise separar del tabaco. Mis padres me había dicho que me costaría respirar y me marearía, me sentí estafado y perdí el miedo. Supongo que por eso a los 15 llegó el primer porro, la primera borrachera a los 16 y a los 18 la primera raya. Ahora, a los 40, trato de llegar sobrio a la hora de comer; pero de eso no puedo culpar a mis padres, en cierto modo lo he elegido yo. Hoy casi seguro lo conseguiré. Acabo de despertarme sin que sonase el despertador y en mi mesilla hay un vaso de agua, cenicero, tabaco y mechero. Me meto un cigarro en la boca con el cuerpo aún debajo de las sábanas y esa primera calada, a las 11 de la mañana, me sabe como una victoria, aunque no lo entiendas aún.

Yo tenía un buen curro. De los 30 a los 35 la gente decía que parecía otro, que había madurado. Me sentía orgulloso, pero ahora creo que eso era parte del problema. Cobraba 1800 netos al mes y tenía 32 días de vacaciones. Era gerente y se me daba bien mi trabajo. Pero, ¿a costa de qué había conseguido todo eso?. Sólo tenía que pararme a pensar para hacerme esa pregunta, sin embargo, durante 5 años preferí no hacerlo, supongo que me sentía cómodo. Por fin integrado, por fin mis padres orgullosos. Tuvo que irse la luz durante más de un día entero para que me enterase de lo que estaba pasando. Después de que se me acabase la batería del móvil me quedé a oscuras, tumbado en el sofá, mirando al cielo sin estrellas de mi salón. No tenía ni linterna, ni velas, ¿para que las quería?. Y de pronto, después de varias horas dando vueltas dentro de mi cabeza, me di cuenta de lo del cigarro.

En la vida había soñado con conseguir un curro como aquel. No estoy preparado para ser jefe de nadie, no soporto mandar ni que me manden. Pero necesitaba pasta y pagaban bien. Mentí en el currículum y la carta de presentación con la esperanza de que no comprobasen nada. Y así fue, a los pocos días estaba disfrazado en el despacho de recursos humanos, sin piercings y con un precioso traje que pensaba devolver inmediatamente después de la entrevista.

Les causé muy buena impresión, básicamente dije todo lo contrario de lo que pienso durante 30 minutos. Me retorcí hasta parecer lo que ellos andaban buscando y funcionó. Estaba cerca de conseguirlo, el plan era seguir fingiendo hasta que me contratasen, y después aguantar lo máximo posible hasta que se dieran cuenta de que soy un farsante. Probablemente pronto empezaría a llegar tarde, incumplir plazos de entrega o, peor aún, acabase gritándole a algún capullo con despacho propio que se pasase de la raya. Mi reto era aguantar al menos 1 año.

El caso es que otra de las pruebas de selección era una especie de test psicológico de mas de cien preguntas. Eso si que me pilló a contra pié, pensé que era mi fin. Una cosa era falsificar un currículum, o causar una buena impresión durante media hora de entrevista; mucho más difícil me parecía engañar a un test hecho por psicólogos para pillar a pájaros como yo. Las preguntas eran de lo más absurdas, pero me concentré y analicé cada una, por muy estúpidas que pareciesen.

Una de ellas, la recuerdo perfectamente, decía lo siguiente:

23 - ¿Que es lo primero que haces por las mañanas?

a) Lavarte la cara
b) Ducharte
c) Lavarte los dientes
d) Desayunar

Y yo conseguí el trabajo gracias a dos cosas. La primera, darme cuenta de que debía seguir mintiendo. Como sabes, lo primero que hago al levantarme es fumar, a veces no me ducho, casi nunca desayuno y jamás me lavo la cara. Pero esa opción ni si quiera la contemplaba el test, afortunadamente.

La segunda fue saber que la opción correcta era la a). Por que sólo un loco, o un guarro, se lavaría los dientes antes de desayunar; la d) descartada. Si primero te duchas, puedes mancharte la camisa de mantequilla o mermelada desayunando. Además, muchos tenemos programada una cagada justo para después del último sorbo del primer café del día, y un gerente nunca cagaría después de ducharse, es muy poco eficiente llenar de mierda un ano recién lavado. Es claramente mejor, por tanto, desayunar primero y luego ducharse. Por último, no creo que quepa duda de que cualquier persona normal, madura y responsable, se lavaría la cara de mocos y legañas antes de sentarse a la mesa.

En cuanto a si, después de desayunar, debes cepillarte los dientes o ducharte primero, creo que da igual. Imagino que en esos pequeños detalles es dónde el gerente puede ejercer su libre albedrío. Supongo que mi razonamiento era acertado. De hecho conseguí el trabajo. Tan bien respondí aquellas preguntas sin sentido que, cuando ya llevaba un año en la empresa, la jefa de recursos humanos me confesó que el mío era el mejor test que habían visto nunca. Yo me sentí estúpidamente orgulloso.

Al final hice tan bien el papel de gerente que nunca se dieron cuenta de que en realidad era un farsante sin preparación, aficionado a la bebida, mentiroso e irresponsable. No me quedó otra opción que pedir la baja voluntaria. Me quedé sin los 20 días por año trabajado y sin paro. Me fui sin nada, pero el tema me parecía de lo más urgente. La noche de la tormenta, en la oscuridad de mi salón, me di cuenta de lo del cigarro, desde hacía tiempo ya no fumaba nada más despertarme, me lavaba la cara primero, después desayunaba, después la ducha, y por último los dientes. Y eso sólo era la punta del iceberg. Estaba casi seguro de que, en ese momento, yo era el capullo con despacho propio.

Por Pedro Martí

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