Cultura Inquieta, con la colaboración de Iberdrola, presenta los siete cuentos ganadores de la II edición de "Relato exprés": un concurso en Instagram de relatos cortos con 2.000 euros en premios que celebra la belleza de las palabras y que lanzamos el Día Internacional del Libro y de la Lengua Española, el 23 de abril.
La selección de ganadores aborda diferentes texturas como el amor más lírico, la dura búsqueda de la identidad, el olvido en la vejez, la pérdida del homínido que fuimos, la metamorfosis a la edad adulta, los hombres crueles… Cada uno con un estilo particular y único.
Había un total de 2.000 euros en premios en metálico para los ganadores, además de una difusión editorial en Cultura Inquieta y en todos sus canales.
El concurso estuvo abierto a participación desde el viernes 19 de abril, hasta el martes 7 de mayo a las 23:59 h. de 2024 (hora peninsular española).
Los premios económicos se repartían entre los 7 relatos ganadores de la siguiente manera:
- Primer premio: 600 euros
- Segundo premio: 400 euros
- Del tercer al séptimo premio: 200 euros
Enhorabuena a todos los premiados y a quienes habéis participado en Relato exprés regalándonos un pedazo de vuestra imaginación con historias que nos han hecho volar a otros lugares donde todo puede ser posible. Gracias por seguir sorprendiéndonos.
Primer premio, dotado con 600 euros
Jugamos a ser otra cosa y yo te dije que quería ser una piedra y sonreíste y dijiste que querías estar adentro de esa piedra y yo te dije que las piedras no tienen puertas para entrar... Que el corazón de una piedra sólo se conoce rompiéndola.
Y vos me dijiste que querías ser una araña, vos, con tu dulzura y cabello rojizo, una araña! Y que así podías vencer la gravedad con un talento natural y tejer telarañas. Que eso te gustaba. Tener un poder. Que no te gustaba eso de que te vean como una chica frágil. Pero no era sólo eso: Que te parecía interesante tejer telarañas para no perder a las personas, que se queden pegadas y no se vayan. Vos, con tu dulzura, tu encanto, tu insoportable belleza, dijiste eso y yo me quedé muda.
Y yo te dije que brillabas como las estrellas pero las estrellas que brillan, en realidad, no están. Pero no lo dije porque estaba muda; a eso lo pensé. Y vos dijiste otra vez que querías entrar. Y yo te dije que la idea de estar atrapada en una telaraña me quita el aire y vos, que no podías más de deseo. Y yo que eso me da igual, que todavía me retumbaban los oídos y que quería sacarme el maquillaje. Vos insistías con eso de entrar a la piedra y que todas las piedras son más bellas por dentro pero yo lo que dije lo dije sólo por decirlo. Me miraste, me besaste y nada. Que no.
Cuando te vayas, tené cuidado con las escaleras, me dijiste y te diste vuelta.
Y yo me fui. Amanecía. En algún descanso de la escalera me quedé mirando los techos húmedos de Berlín estimando la altura que se requiere para soltar una piedra y que se rompa.
Segundo premio, dotado con 400 euros
Mi hijo viene a mi cuarto de madrugada envuelto en el capullo de su edredón. Mi cama es grande: caben mis miedos y los suyos, sus pies del cuarenta, sus manos casi del mismo tamaño que las mías. Con un beso en la frente espanto su pesadilla, le abrazo hasta que se calman los latidos de su corazón y él se queda dormido. En la oscuridad escucho el murmullo de los cartílagos creciendo en los extremos de sus tibias, un rumor de tendones que se alargan, la crepitación del vello que brota en sus axilas. Cuando amanece ya se le ha desprendido la cáscara de su infancia, que se va deshaciendo poco a poco sobre la blancura del edredón, hasta desaparecer.
Tercer premio, dotado con 200 euros
Julián se retoca la onda del flequillo frente al espejo. Es marca de familia, pero a ninguno de sus hermanos le queda como a él. Ha elegido la camisa que se puso el día que se conocieron, la de las rayas azules finísimas. Seguro que aprecia el detalle, piensa. Le encantaría que ella llevara la falda tableada y el mismo perfume, ese que huele a la flor violeta que parece una espiga, ahora no se acuerda del nombre.
Se abrocha el primer botón de la chaqueta, sonríe al espejo y se peina la onda del flequillo. No podrá resistirse, piensa. Él ya está rendido a esa manera que tiene ella de inclinar la cabeza hacia la izquierda cuando escucha.
Han quedado en el mismo bar, solos por primera vez, el que está junto a la estación. ¿Era la estación de tren o de autobuses? Los camareros llevan todos pajarita. Y hay un loro que no deja de pedir propina. El taxista seguro que lo conoce. Mira el reloj. En quince minutos tendría que estar allí. Quiere llegar él primero y verla entrar. Ojalá lleve la falda esa que parece de uniforme de colegio. A lo mejor la espera en la terraza, sí, y así podrá oler mejor su perfume ¿o era el jabón? Quizá lo comentaron. Que no se olvide de preguntarle.
Golpes en la puerta. Debe ser el taxi, piensa. Un hombre de uniforme azul le saluda, le llama por su nombre y le pregunta si está preparado.
—Un momento.
Se mira en el espejo, sonríe y se retoca la onda del flequillo. Ahora sí. Irresistible.
—¿Cojo el paraguas? —pregunta antes de salir.
—No, no llueve.
—Entonces el sombrero.
—Tampoco hace sol.
Vuelve al baño, a mirarse al espejo. Esa onda… Él tiene una igual. ¡Cuantos suspiros habrá provocado! El hombre del uniforme azul se impacienta.
—Vamos, Julián.
Se gira hacia la voz.
—Ya está todo el mundo en el comedor —insiste el hombre.
—Y tú, ¿quién eres?
Se deja coger del brazo. Sus ojos miran desde otra galaxia.
Cuarto premio, dotado con 200 euros
De nuevo llega el viento, zarandea la ingrávida hoja, agita el agua de los grandes mares, desordena la lluvia y desentierra al mendigo de entre sus cartones.
Baila con las cortinas y en un paso torpe derrama del vaso el agua que alimentaba las flores que me regalaste.
Despeina las sábanas tendidas que ya no recuerdan que solo ellas nos separaban del cielo.
Borra los caminos blindados de espigas que primero sajabas y luego acomodabas entre tus dientes.
De nuevo llega el viento para arrebatar nuestros nombres.
Quinto premio, dotado con 200 euros
Querida Madre:
El viernes salí a la terraza de madrugada. Hacía frio y la ciudad estaba en silencio. Yo estaba ahí, en pijama y bufanda, observando el paso de nadie.
No sé por qué lo hice, pero salté de la cama con prisa, como quién apaga el despertador tras una noche de malos sueños. Me abrigué, llené un vaso de agua con gas y me refugié en el exterior.
Mi semana marcaba depresión. ¡Qué difícil estar solo cuando no se sabe! Tú sabes de qué hablo. Ahora lo sé. Antes era una joven alocada que no quería imaginar qué sentiste cuando dejamos el nido que construiste para nosotros. Te quedaste sola en una casa con demasiadas camas. Vivíamos nuevas vidas y creábamos nuevos nidos. Nunca oí queja ni reproche. Nunca me contaste que era eso de la soledad. Pero lo sabías. Y te preocupaste en exceso cuando la vida me impuso una soledad no deseada.
Ahora lo sé.
Sé que se siente cuando no hay camas por hacer y el lavaplatos es un adorno de seiscientos euros. Y te admiro por ocultarnos tu dolor para que no sufriésemos más de lo que habíamos sufrido.
Sé qué sentiste cuando la comunicación dependía de descolgar un teléfono o cuando asumiste que Navidad no volvería a ser nuestra Navidad. O qué pasaba por tu cabeza cuando no eras tú quien ponía el termómetro o preparaba caldo los domingos post fiesta.
¿Por qué no me hablaste del miedo atroz que te recorre cuando crees que vas a morir y que nadie vendrá a salvarte?
Sentada ahí pensé en ti y en mí y en que la soledad también era sentarse en un balcón sin flores a pensar en tu madre. Y me descubrí. O empecé a hacerlo, porque descubrirme a mí es una tarea complicada con atisbos de no acabar bien.
Con frio en el cuerpo y un silencio que antes me enloquecía, fui feliz. Tanto que esperé la madrugada con ilusión casi infantil y, en el momento justo, preparé bufanda y agua con gas, y me senté a preguntarme cómo era yo, cómo eras tú.
Hoy he despertado consciente de que la soledad no es una enemiga que llega para quedarse sino una aliada que escoltará mi recorrido, que puedo morir acompañada y que el lavaplatos volverá a funcionar algún día.
Hoy, querida Madre, soy feliz.
Sexto premio, dotado con 200 euros
Control de calidad
El mono se sienta y te observa con atención. A veces mira su reloj, como si lo esperaran en otra parte o pretendiera distraerte. Después te observa y tú se lo cuentas todo: lo que te duele, el resentimiento, los sueños… hasta que suena la alarma. Entonces te levantas y regresas al circo diario donde la tecnología determina la vida, siempre que el primate estime que en tus niveles emocionales no quedan rastros de antiguos homínidos.
Séptimo premio, dotado con 200 euros
Las mujeres más hermosas del pueblo
Qué bellos son los hombres pez: la piel helada, pero las manos grandes y calientes. Dicen que asoman sus cabezas enormes en el puerto cuando anochece. Salen del agua en busca de las mujeres más hermosas del pueblo. Entre gritos y forcejeos las arrastran hasta la orilla, donde antes, intentan convertirlas en sirenas voluptuosas de pechos grandes, piel con escamas y colas marinas.
Pero la tierra es cruel, y esas mujeres no son de agua, por más que los hombres pez les saquen la piel a tiras, por más que las arranquen las piernas de cuajo y dejen la playa sembrada de los restos de las mujeres más hermosas del pueblo.
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