El filósofo y ensayista José Miguel Valle reconstruye la gira más grande de todos los tiempos del rock español en su nuevo libro.
Entrevista:
Fabio Huertas Montero
En el verano de 1983, Miguel Ríos celebró la gira más grande de todos los tiempos del rock español. Aprovechando el estratosférico poder de convocatoria de su anterior disco y espectáculo Rock & Ríos, un año después se embarcó en la elaboración de una gira nunca antes imaginada por estos lares. Nació así El rock de una noche de verano, un concierto que despachó más de 600.000 entradas en 35 paradas por ciudades de toda España.
Acompañaban a Miguel Ríos unos aplaudidos Leño y una chica debutante llamada Luz Casal. Cuarenta años después, el filósofo y ensayista José Miguel Valle reconstruye este acontecimiento en Miguel Ríos y El rock de una noche de verano (Efe Eme, 2023). Es la continuación de su otro libro, Rock & Ríos. Lo hicieron porque no sabían que era imposible (Efe Eme, 2015).
P:¿Por qué consideras que El rock de una noche de verano se merecía un libro?
R: Porque fue la primera gran gira del rock español, la primera que merece ese nombre. Hasta ese momento se hablaba de gira cuando un grupo salía a dar un par de bolos a salto de mata. El rock de una noche de verano fueron 35 conciertos planificados con inusitada congruencia, antelación, cordura geográfica, recintos enormes como eran los novedosos estadios de fútbol de Primera División, poderosa estructura publicitaria y una logística inédita y grandiosa para aquellos meses caniculares de 1983. Nunca antes se había hecho. Miguel Ríos apostó por el más difícil todavía. Por lo nunca visto.
P: Has escrito un libro y un libreto sobre el Rock & Ríos y ahora otro sobre El rock de una noche de verano. ¿Cuál crees que ha impactado más en la memoria popular, o piensas que la gente mezcla ambos discos y conciertos en sus recuerdos?
R: Cuando recordamos el cerebro nos hace muchas trampas. Una de ellas es que consideramos históricamente nuclear aquello que sin embargo solo tiene relevancia en nuestra crónica biográfica. Esta falla memorativa es frecuente en los libros de música. El autor propende a confundir su mundo con el mundo.
Este hecho podría explicar por qué provoca confusión cronológica todo lo relacionado con los años cenitales de Miguel Ríos, 1982 y 1983. Como El rock de una noche de verano aprovechó la todopoderosa irradiación del Rock & Ríos, y replicó gran parte de su repertorio, quienes asistieron a la gira de El rock de una noche de verano suelen afirmar que acudieron a ver el Rock & Ríos. Esta interferencia evocativa es muy usual, y patentiza la falibilidad de la memoria.
P: ¿Hasta qué punto consideras que El rock de una noche de verano ha abierto precedentes en la generalización de los conciertos de estadio en España?
R: En el libro trato de explicar por qué esta gira fue una epopeya repleta de elementos fundantes para el mundo del espectáculo y para que el rock adquiriera definitiva carta de naturaleza. Decidí escribirlo en estricto tiempo real precisamente para evitar entorpecer la narración con constantes explicaciones sobre el ecosistema social y cultural de entonces. Hoy nos parece una absurdidad la reticencia que hace cuatro décadas mostraban los consistorios o los clubs de fútbol a arrendar sus estadios para celebrar un concierto de rock.
Nunca se había hecho, salvo el célebre concierto de los Stones en el Calderón, que estaba atravesado de unas connotaciones muy singulares. Los titulares de los estadios estaban persuadidos de que la militancia rockera destrozaría el recinto, o que tanta aglomeración era una invitación a que se desataran episodios de violencia. En el 83 llevábamos cinco años de tambaleante democracia (con intento de golpe de estado incluido) y tan solo unos meses de un gobierno de izquierdas desde los tiempos de la Segunda República.
Era un tablero político que heredaba un equilibrio inestable. Había miedo y había criminalización de ciertos sectores. Esta gira contribuyó al ejercicio de la maduración democrática y a desestigmatizar a una juventud tildada de pasota y porrera.
P: ¿Crees que hay algún paralelismo entre El rock de una noche de verano y la constelación de festivales que existen a día de hoy en nuestro país?
R: No es algo sobre lo que haya deliberado lo suficiente como para sedimentarlo en opinión. Los que asistían a El rock de una noche de verano estaban absolutamente abducidos por la propuesta musical de Miguel Ríos y Leño, y también por la curiosidad de ver a una chica neófita en un mundo tan masculinizado que respondía al nombre de Luz Casal.
En los festivales contemporáneos creo que la propuesta musical, presentada en cantidades ingentes que desbordan los recursos atencionales, está subordinada al ludismo de la socialización. No es lo mismo acudir a escuchar música que acudir a consumir experiencias.
P: La respuesta crítica de El rock de una noche de verano es muy diferente a la del Rock & Ríos, aunque en el fondo Miguel apenas varía repertorio o comunicación con el público entre una gira y otra. ¿Crees que es solo envidia hispánica ante quien está en la cima del éxito, o puede haber otros motivos para tanta crítica vitriólica?
R: No sé muy bien por qué el colega Miguel, que era como se le apodaba entonces, pasó de ser una persona tremendamente querida a de repente ser ferozmente vilipendiada en la prensa. Si analizamos los afectos humanos podemos encontrar dos que son muy mórbidos: el odio y la envidia. Creo que lo que le ocurrió a Miguel fue que padeció en su persona la injusta proclividad de cortar la cabeza de quien destaca.
P: El género que canta Miguel es indudablemente rock. Pero su música va dirigida a todos los públicos, nunca a una tribu concreta. ¿Hasta qué punto ofende que Miguel intente trascender un concreto nicho de mercado para trasladar el rock a toda la sociedad?
R: Miguel Ríos se echó a sus hombros la aventura de democratizar el rock español, sacarlo de las catacumbas y llevarlo a lugares luminosos. Hay que recordar que el rock era mucho más que un género músical. Era un espacio para el disentimiento, una palanca de emancipación personal y política, una expresión de voces marginalizadas en la que se podían vehicular vindicaciones de dignidad e ideaciones utópicas.
Y que Miguel en aquel 1982 y 1983 ejerció sin proponérselo de portavoz de la juventud, un liderazgo que no quería pero que se le atribuyó en un momento en que los jóvenes formaban la mitad demográfica del total de la población. España era un país joven.
Para tener el éxito masivo que tuvo Miguel hay que aglutinar a franjas etarias muy heterogéneas. En los conciertos de El rock de una noche de verano acudían desde niñas y niños de doce años hasta padres y madres con vidas ya muy pautadas.
P: ¿Por qué salir de gira patrocinado por una marca de refrescos se veía en 1983 como una traición al rock?
R: Para levantar algo tan monumental se necesitaba financiación. Las bandas foráneas lo hacían así y nadie se lo recriminaba. La gira de Miguel se demonizó porque se le exigía pureza y autenticidad. La adhesión a la autenticidad en esos años merece estudio y análisis. Lo auténtico se alzaba en eje central de la configuración identitaria rockera.
P: ¿Hasta qué punto Luz Casal pudo aprovechar el tirón de la gira para consolidar su carrera?
R: Luz Casal acababa de sacar su notable primer disco cuando le invitaron a abrir los conciertos de la gira. Fue una oportunidad fantástica. En aquel tiempo el rock estaba muy masculinizado, y Luz suponía una excentricidad tanto por ser mujer como por ser debutante. Creo que la gira le vino muy bien.
En una rueda de prensa de aquel verano del 83 Miguel comentó que a Luz en dos meses la iban a ver en la gira más gente que a él en sus primeros quince años de carrera artística.
P: Cuando Leño se embarcó en esta gira, el grupo estaba al borde de la separación. En los conciertos la gente los aplaudía como héroes populares, en algunas ciudades son vitoreados con un entusiasmo casi similar al de Miguel. Sin embargo, se termina la gira y este cariño no consigue evitar que la banda se separe inmediatamente después. ¿Por qué?
R: Es uno de los grandes interrogantes del rock español, por qué se separaron los Leño en su momento de mayor apogeo. Ni ellos mismos lo sabían con rotundidad. Imagino que confluyeron circunstancias dispares difíciles de especificar. Ocurre mucho también en las parejas. La pareja fenece y sus miembros no saben bien qué ha ocurrido para estar ahora firmando la defunción.
P: Miguel volvió a la carretera en 1985 con Rock en el ruedo, una especie de "más difícil todavía". ¿Podría ser el tercer volumen de una trilogía de libros sobre Miguel Ríos escrita por ti?
R: No lo sé. La investigación y documentación de este libro ha sido faraónica. He reconstruido la aventura de aquel 1983 día a día, igual que hice con el libro del Rock & Ríos. Para estructurar una narrativa así hay que estudiar muchísimo, tener una amalgama gigantesca de datos formando parte de tu cotidianidad, buscar y rebuscar en hemerotecas, archivos, testimonios.
Durante un tiempo mi segunda casa ha sido la Biblioteca Nacional. Trabajos así hay que espaciarlos porque vampirizan mucha atención necesaria para la minúscula vida diaria, aunque te adelanto que me gustaría seguir abordando temas de literatura musical. Ya veremos qué se le ocurre a mi cerebro en estos meses de descanso. Estoy seguro de que ya esta urdiendo planes a mis espaldas.
Miguel Ríos y El rock de una noche de verano ya está disponible en librerías y en la Tienda Digital de Efe Eme.