Corrían mediados de los años 90 y la infravalorada música electrónica se relacionaba a la cultura de las raves o a las fiestas desenfrenadas de la Ruta Destroy o del Bakalao. Pocos sospechaban que este género musical, junto al hip hop, iba a ser el germen de un subgénero que desde la oscuridad iba a conectar con nuestras almas luminosas: el trip hop.
El trip hop hizo que sus bits flotaran por primera vez en Bristol, la ciudad que fue considerada como la inspiración absoluta de un puñado de canciones y de formaciones que cambiaron el rumbo de la historia de la música a golpe de nostalgia, sobriedad, experimentación y bases electrónicas pausadas que aceleraban nuestros corazones.
Su estilo se hizo conocido por la fusión de elementos del hip hop, el jazz, el soul, la música electrónica y el ambient.
El término trip hop se popularizó gracias a artistas y colectivos como Massive Attack, Portishead y Tricky, quienes fueron pioneros en este estilo musical. Cada uno de ellos aportó su propio enfoque, pero todos compartían elementos en común: atmósferas densas, melodías vocales oscuras y llenas de melancolía, bases lentas y cierta inspiración cinematográfica que impregnaba sus videoclips y sus puestas en escena.
Teardrop de Massive Attack.
Todo empezó cuando una asociación de jóvenes artistas llamada The Wild Bunch cogieron todos las referencias que tenían de la cultura negra y el hip hop de los Estados Unidos y las pasaron por el filtro de esa idiosincrasia decadente, multicultural y gris propia de la ciudad de Bristol.
Entre sus integrantes estaban Tricky, los futuros miembros de Massive Attack, Portishead, Banksy, antes de convertirse en la figura anónima más relevante del mundo y Nellee Hooper, el que luego sería productor de varios discos de Björk y Massive Attack, entre otros.
Tres bandas y cinco álbumes hicieron que el trip hop extendiera su desoladora y adictiva esencia por todo el mundo poniendo Reino Unido en el punto de mira de los magnates de la industria musical. En una década en la que imperaron el sonido sucio del grunge, el rock alternativo y el pop soul más mainstream, el sofisticado y complejo sonido del trip hop otorgaban al subgénero un halo de atemporalidad casi extraterrestre.
Blue Lines y Mezanine de Massive Attack, Dummy y Portishead de Portishead y Maxinquaye de Tricky ofrecieron experiencias sonoras todavía no transitadas por nuestros oídos.
Roads de Portishead.
Enfrentarse, desde la inocencia de la adolescencia, a la escucha de uno estas obras maestras, producía una sensación contradictoria. Era como no entender lo que estaba pasando, pero querer que siguiera ocurriendo.
Era lo más parecido a sentir por primera vez la fuerza arrebatadora del amor, que en muchas ocasiones la vivimos con la voz de Beth Gibbons (Portishead) o la de Elizabeth Fraser (Massive Attack) materializando ese dolor dulce que se nos anclaba al pecho.
Retrograde de James Blake.
Las muchas influencias musicales del trip hop fueron diluyéndose en la manera que tuvieron de entenderlas otros artistas como Gorillaz, Björk, The XX, Madonna, James Blake, Dido e incluso Radiohead, pero, más de 30 años después de que llegara a nuestras vidas para hacerlas gloriosamente tristes, poco queda de la esencia pura de un subgénero que no debió morir nunca.