Translúcidas, llenas de color, con texturas que se mueven entre lo frágil y lo robusto. La fotógrafa nos muestra la goma de mascar desde una perspectiva nueva.
A Suzanne Saroff siempre le ha fascinado la capacidad que tienen las imágenes de evocarnos un abanico tan amplio de emociones. Desde el asco más visceral, hasta la ternura que nos lleva a derramar alguna que otra lágrima.
La fotógrafa lleva desde los 5 años experimentando con las instantáneas como una herramienta con la que poder jugar a generar sentimientos en los otros, usando objetos y deformándolos a través de la perspectiva, la luz, el color y la posición de los mismos.
En una de sus últimas series, Saroff ha escogido el chicle como protagonista para crear una serie que es todo un alegato a la extraña belleza que nos rodea y que solo se muestra cuando nos atrevemos a mirar de una forma completamente distinta.
La goma de mascar nos lleva directamente a recuerdos de la infancia, a esa época en la que comer chicle y jugar a hacer pompas era una diversión más. La fotógrafa bucea en la memoria universal para retorcerla, creando una especie de esculturas con estas pompas que aún no han estallado.
Las imágenes son inquietantes, grotescas, con formas que varían tanto como la pompa que consigue hacer cada persona.
Los colores, la luz y la mezcla de texturas entre el chicle más duro con las capas más finas a punto de estallar generan una inquietud que casa a la perfección con el carácter efímero del propio objeto.
Con las fotografías de Suzanne Saroff, nos replanteamos el concepto de belleza y empezamos a admirar objetos tan triviales como un chicle.