Japón es tierra de contrastes. La tecnología más puntera convive con las tradiciones ancestrales, las artes escénicas típicas como el kabuki coexisten con la industria pop del manga, el anime o los videojuegos y el entramado de callejuelas se confunde entre torres descomunales y salones de juego.
El fotógrafo madrileño de adopción, Javier Aranburu, se trasladó hasta el país del sol naciente para retratar con su lente escenas que definen la armoniosa convivencia entre la tradición y la modernidad. Bajo el título ‘El shogun y la lolita’, Aranburu compone un relato visual sobre los marcados contrastes que convierten en única la cultura nipona.
El término Shogun, representa la tradición, proviene de Seii Taishōgun y se refiere a un cargo temporal para ocuparse de los bárbaros norteños de Japón, pero con el tiempo se convirtió en el gobernador de las islas, dejando al Emperador en segundo plano.
La Lolita, es un estilo que poco o nada tiene que ver con el provocador personaje de la novela de Nabokov. Más que una moda, ésta es una subcultura, nacida a raíz de la negativa de las mujeres a ceder ante el rol sumiso que la conservadora sociedad nipona le impuso durante siglos. Alude, entonces, a la idea de progreso y modernización.
Fotografías cargadas de simbolismo, retratan sus miserias y realzan sus grandezas, metáforas y alegorías se fusionan para brindarnos una crónica fotográfica veraz y atrayente. Las escenas más sórdidas se mezclan con otras más épicas, el amor se contrapone a la soledad, los sueños se funden con la realidad, la vida y la muerte parecen dos fotogramas. Tradición y modernidad son las dos caras de una misma moneda.