Este artículo habla de desnudos y habla de muertos. Pero también de vida. Mucha. La que infunde Sally Mann (Virgina, Estados Unidos, 1951) en sus fotografías.
Esta artista está considerada una de las grandes fotógrafas de nuestro tiempo. Vive en ese particular Olimpo que ocupan también Cindy Sherman o Nan Goldin, y desde hace cuatro décadas construye una propuesta artística ambiciosa, honesta y, muchas veces, arriesgada y controvertida. Pero todo lo ha hecho a partir de una trascendente mirada sobre la arquitectura, los paisajes del sur de Estados Unidos, las naturalezas muertas, los autorretratos o su propia familia.
Gracias a Miguel Ángel García Vega.
Precisamente se hizo conocida en el mundo del arte, y fuera de él, por las fotos que recogen algunos momentos de la vida en su granja de Lexington (Virginia) con sus tres hijos (Jessie, Virginia y Emmett), cuando no superaban los 12 años. Son imágenes fechadas a finales de los ochenta y principios de los noventa. Y en esas fotografías Sally Mann no oculta nada. O lo recoge todo, como quieran. Ahí están los avatares propios de la infancia de sus niños. Los juegos, los enfados, las heridas, los sueños y también (lo que trajo la polémica) los momentos más íntimos.
La controversia
Detengámonos un momento en esta última lectura. Entre 1984 y 1994 trabaja en esa serie. Se llama Immediate Family y, como hemos visto, se centra en la vida de sus hijos antes de cumplir los 12 años en la granja familiar. Pronto se convierte en un gran éxito. Instituciones como el MoMA o el Guggenheim de Nueva York adquieren obra. Es un trabajo difícil, pero también de una profunda sinceridad. Retrata lo más próximo. Grupos americanos conservadores protestan, e incluso The Wall Street Journal censura una de las fotos de la serie. Era Virginia a los 4 (ahora en la colección Guggenheim). Años más tarde, la polémica alcanzaría a otros fotógrafos, como Nan Goldin o Andrés Serrano, que también verían algunos de sus trabajos censurados o retirados de exposiciones por su enfoque sobre la sexualidad o por el tratamiento de la religión.
Sin embargo, para Sally Mann, y así lo explica, estas fotografías son “naturales a través de los ojos de una madre, que ha visto a sus hijos en todos sus estados: felices, tristes, bulliciosos, ensangrentados, enfadados e incluso desnudos”.
En 2012 una imagen de esta serie (Candy Cigarrette, 1989) alcanzó un remate de 266.500 dólares (212.000 euros) en la sala Phillips de Pury de Nueva York. Era el récord del artista. Un precio muy elevado, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una edición alta (25 ejemplares) y que la imagen (49,5 x 58,4 cm) es más bien pequeña.
Fotografíar la muerte
Pero esta serie, aunque es la más conocida, no es la única reseñable de la fotógrafa de Virginia. Su último trabajo, Proud Flesh, le ocupó más de seis años, y es una mirada al sufrimiento. Sally Mann fotografía a su marido, Larry, un conocido abogado de Lexington, que sufre un estado avanzado de distrofia muscular. Su espalda, sus brazos –ambos interpretados como si fueran una arquitectura–, su dolor; la descarnada puesta en evidencia de su vulnerabilidad son captadas con la precisión de un cirujano.
La otra gran serie de Sally Mann nos enfrenta con la muerte. What Remains (Lo que queda) es un viaje en varios capítulos. Recoge la descomposición de uno de sus galgos ya muertos; fotografía los cuerpos que manejan los servicios forenses estatales en lo que ellos vulgarmente denominan la “granja de cuerpos” (fotografía superior); un fugitivo armado se suicida y ella documenta el espacio donde ocurre, y finalmente recorre los grandes campos de batalla de la Guerra Civil americana. Ya saben, allí donde habita la noche oscura del alma.