El fotógrafo comparte con Cultura Inquieta su pasado, retratado en una exposición que puede visitarse en Leica Store Madrid.
Una lata de membrillo antigua que se llena con el paso de los años de fotografías familiares. Un viaje al pueblo cada verano donde vivir miles de aventuras. Un camino, el del pasado, al que nunca podemos regresar por otra vía que no sea la de los recuerdos. Una cámara para inmortalizar aquello que fue, pero que sigue siendo en nuestra memoria.
José Manuel Navia ha dejado a su propio pasado entrar por la lente de su Leica M11 y lo ha retratado en el más puro presente con la mirada de quien lleva años siendo uno de los fotógrafos más importantes y reconocidos de España.
A Navia las palabras siempre le acompañan y el título de la exposición que presentó el pasado día 29 de abril en Leica Store Madrid no podía venir de otro lugar que de la literatura. “Hay que mantener el pasado cuidadosamente al otro lado de la puerta. Pero si llama, no queda otra que dejarlo entrar”, dice Helena Janeczek en su libro La chica de la Leica.
Y, así, Al otro lado de la puerta es una muestra en la que descubrimos los rincones que marcaron la infancia de Navia y que se geolocalizan en Hellín, un pueblo de Albacete, y la carretera Nacional 301 que lo comunica con Madrid. En sus primeros ocho años de vida, el fotógrafo se embarcaba con su abuela en un viaje que llevaba hasta este lugar para disfrutar de sus vacaciones de verano con su familia. Un viaje con el que ahora se reencuentra, tal y como nos cuenta.
CI: ¿Qué hay al otro lado de la puerta para Navia?
El título de la exposición, como ocurre casi siempre, viene de la literatura, de los escritores y escritoras, porque son quienes saben de la palabra. Es una cita de Helena Janeczek, de una novela que leí meses antes de que Leica me propusiera trabajar en un proyecto para la galería, La chica de la Leica. Soy bastante racionalista, no creo en las energías extrañas, pero creo mucho en esas casualidades del destino, llámalo como quieras. Me pareció divertido que la novela, además, habla de un personaje ya fallecido como es Gerda Taro, la gran fotógrafa de la Guerra Civil española, compañera de Robert Capa y quien se inventó ese pseudónimo y el suyo propio... un personaje fascinante.
Hay un texto, una cita muy bonita en la novela, que dice que “hay que mantener el pasado cuidadosamente al otro lado de la puerta. Pero si llama, no queda otra que dejarlo entrar". No soy una persona melancólica, no soy muy nostálgico, aunque es verdad que tengo un libro que se llama Nóstos, que es la raíz de la palabra nostalgia, pero a mi me interesa la nostalgia desde una perspectiva más intelectual, más como una actitud vital.
Soy muy de vivir el presente, de vivir activo, pero me interesa mucho esa idea de nostalgia como la materia prima de mi trabajo, esa conexión con el pasado. Me pareció que ahí se unían una serie de cosas, me regaló el título de la exposición: Al otro lado de la puerta.
Al otro lado de la puerta está siempre el pasado, yo elegí un pequeño fragmento pero muy importante para mi de mi pasado, que es el periodo de las vacaciones de verano en la época en la que los niños teníamos tres meses libres, que durante los ocho primeros años de mi vida, junto con mi abuela, íbamos a pasarlos a Hellín, un pueblo del final de La Mancha, en Albacete. Eso te marca mucho.
Hay muchas cosas que las recuerdo más que por haberlas vivido, por haberlas oído contar. Mi familia, por parte de mi madre, que son andaluces, son muy dados a este mundo de la memoria, de contar historias y de las fotografías familiares, que se guardan en las típicas latas de carne de membrillo. En esas latas yo conservaba y he heredado muchas fotografías de esos periodos vacacionales en Hellín, incluso de cuando mi madre de joven iba a casa de su hermana.
Ahí había una materia prima que me parecía interesante para trabajar y por eso me pareció importante abrir la puerta, porque cuando el pasado llama, no queda más remedio que dejarlo entrar.
CI: ¿En qué punto se encuentran “eso” con lo que hay al otro lado de la lente del fotógrafo?
La fotografía es puro presente, se practica en el presente, pero todo lo que es fotografiado se convierte automáticamente en pasado. Es verdad que, a medida que el tiempo actúa sobre la realidad, las imágenes, sin hacer nada, se vuelven más interesantes. Cuando navegas en las fotografías de tu familia o cuando ves un viejo archivo del principios del siglo XX, casi todas las imágenes son interesantes, pero no tanto por las propias fotografías, sino porque esa realidad que muestran, en la medida que es pasado, y es más remoto, nos atraen.
Al final, para mí, fotografiar tiene que ver con intentar con mis imágenes actuales, generar un tipo de emociones en el lector cercanas a las que percibiría si estuviera viendo sus propias fotografías familiares. Busco esa emoción que produces en el otro, una cierta intemporalidad, porque al final, lo que verdaderamente nos emociona, no cambia. Los seres humanos nos diferenciamos mucho en la superficie, por eso andamos siempre a la gresca, pero en lo profundo, compartimos las emociones.
Mi trabajo nunca versa sobre los ricos, ni los poderosos, ni el muno de la moda, ni el mundo de “la gente guapa”. A mí me interesa la gente que podria ser mi familia, el 80% o el 90% de la humanidad.
CI: Usted mismo señala que este es un viaje (nóstos) a su infancia, a los lugares que marcaron su niñez. ¿Cómo ha cambiado su mirada de niño hacia ese territorio al que conocía como hogar o casa a la del presente?
Para mí, esos recuerdos ahora mismo son materia fotográfica, y en ese sentido son todos muy ricos, pero me he enfrentado a algunos que han sido placenteros e, incluso, a una realidad que, en parte, a lo mejor he salido huyendo de ella en una edad determinada.
Es un trabajo enriquecedor y que tiene algo de sanador para uno mismo, porque te enfrentas a tus propios fantasmas, porque los fantasmas siempre tienen forma de imagen. La fotografía te ayuda a sublimar esos recuerdos ambivalentes y a aprender de ellos.
CI: ¿Diría que es su serie más personal?
No sé si la más… forma parte de mi trabajo más personal, porque para mí es una prolongación de Nóstos, que creo que sí que es mi trabajo más personal. Intento trabajar siempre a partir de mis experiencias porque tengo mucho miedo a lo exótico. Parece que los fotógrafos siempre tenemos que intentar sorprender con nuestras fotografías, pero al final te vas dando cuenta de que tus imágenes más tuyas siempre están cerca de casa, porque es donde controlas las coordenadas.
Esta exposición está muy relacionada con el Nóstos, con el regreso al hogar. Estamos dando tumbos por el mundo para encontrar el camino de nuestra casa, siempre. Hay gente que nunca sale de su aldea y desde su aldea es capaz de ver el mundo y hay otros que hemos necesitado dar más tumbos para darnos cuenta de que lo importante es el retorno, el camino al hogar, y sobre todo el proceso de vuelta.
CI: ¿Podríamos decir que la nostalgia, precisamente de nóstos, es el vehículo que construye esta serie y su mirada?
Sí, porque al final somos tiempo. La palabra nostalgia, su raíz se compone de “nostos”, la idea del viaje, del retonro; y “algia”, que es dolor. Nostalgia es el dolor de no poder retornar, porque nunca hay vuelta atrás, pero soñamos con el pasado, lo idealizamos, lo literaturizamos de alguna manera. Yo busco contar de alguna manera ese pasado, pero los fotógrafos tenemos que contarlo con un medio que es puro presente.
CI: Cuenta que, de pequeño, se encontró con una vieja lata de carne de membrillo donde su abuela Ana atesoraba las imágenes familiares. ¿Es esta exposición su lata de membrillo actual? Si tuviera que elegir las fotografías que guardaría en su propia lata, ¿cuáles serían?
Algunas de estas fotografías estarían en mi propia lata, sí. La tarea del fotógrafo es seguir llenando esa lata de membrillo que yo heredé. Somos recuerdos, vamos llenando de recuerdos nuestra propia vida. No hay nada peor que perder los recuerdos, porque solo te sientes vivo si tienes pasado.
CI: Esos recuerdos forjan nuestra identidad, ¿qué es para usted ese concepto?
Hay una obsesión por la identidad, se construye sobre la diferencia, porque buscas lo que te diferencia del otro. Eso suele dar resultados muy problemáticos porque siempre es mucho más lo que nos une. Me importa mucho el sentido de pertenencia a tu gente, a tu grupo, a tu clase.
La identidad me interesa mucho, pero me interesa más el apego a mis orígenes, me siento muy orgulloso de que sea humilde, lo reivindico y es la materia prima de mi fotografía, pero como un estímulo positivo, no para diferenciarme de los demás.
CI: Si no hubiera sido fotógrafo, ¿a qué se habría dedicado?
La fotografía me enganchó muy pronto, era un divertimento la época de la fotografía química, con el laboratorio, el revelado… pero hubo una época, cuando estaba estudiando, en la que pensaba que tal vez mi trabajo podría evolucionar al mundo de la palabra. No sé bien cómo, no sé si habría sido escritor, si habría tenido talento para ello, igual editor… trabajar en torno al mundo de la palabra, de los libros. De hecho, en fotografía, para mí el libro es un soporte tanto o más importante que las propias exposiciones. Pero tuve esa duda.
Para entonces ya manejaba la herramienta y en los 20 y pocos años comencé a descubrir la gran fotografía, sobre todo la norteamericana, y me di cuenta de que todo lo que me interesaba de la palabra y la comunicación podía llevarlo a la práctica con la fotografía.
Siempre habría tenido que ver con esta idea de comunicarme, que aprendí mucho de mi familia, sobre todo de mi abuela, que era una gran contadora de historias. Me crié en una casa muy verbal, donde todo se contaba, también las fotografías, con la lata de membrillo. Hubiera hecho lo que hubiera hecho, habría intentado conducirlo hacia este mundo de contar historias, verbales o visuales, pero con el mundo de la narración y la comunicación.
CI: El color ha sido siempre protagonsita de su trabajo, ¿nunca le tentó la estética y simplificación del blanco y negro?
Pues justo hice unas cuantas fotografías en blanco y negro el verano pasado y he cargado unas cámaras que llevaban paradas 20 y 30 y tantos años para una práctica con mis chavales de la universidad. Volví y me encantó al blanco y negro, pero definitivamente mi lenguaje ya está adaptado al color, vivo desde hace muchísimos años con Carmen, una mujer que es pintora… para nosotros, con Marta también cuando se unió al equipo y a la familia, es una persona apasionada por el color, vivimos en un mundo de color.
Pero me fascina el blanco y negro, los grandes maestros de la fotografía que admiro son expertos en blanco y negro. En realidad, mi apuesta era intentar hacer una fotografía que se acercase a ese tipo, pero en color.
CI: ¿Quién es José Manuel Navia cuando mira al otro lado de la puerta?
Ni idea [risas]. Recelo mucho de las personas que tienen una concepción muy segura de sí mismos. No lo sé, soy un fotógrafo, soy un gran defensor del oficio y he vivido de esto desde que empecé, a los 17 años. Sé la pasión con la que vivo mi trabajo y con la que vivo la vida, que son dos realidades que se me mezclan completamente, para mí no hay diferencia. Sé que eso lo vivo con la mayor intensidad de la que soy capaz, pero no sé mucho más.
Soy una persona bastante intensa, a veces me imagino un poco desesperante para quienes viven conmigo. Creo que soy alguien que ha apostado todo a la misma carta, no he tanteado mucho, mi apuesta ha sido la fotografía, el mundo de la imagen. A veces, cuando me ha tentado la palabra, la escritura, porque escribo mucho, necesito mucho escribir para fotografiar, cuando alguna vez me ha tentado, siempre he pensado que sería como una traición a la fotografía. Me ha dado tanto la fotografía…
El gran Eugene Smith decía: “En la fotografía cabe todo, el problema es nuestro, que no somos capaces de aprovechar todo lo que nos ofrece”. Y yo me siento un poco así.