Emma Kunz nació en 1892 en Brittnau, Suiza. Su biografía lo deja claro: fue sanadora y artista. Dos vocaciones que desarrolló de una manera alejada de los convencionalismos de la época. Su arte nos ha llegado como una propuesta poco común para los años que le tocó vivir.
No obstante, pese a que todo el mundo la calfique como tal, Emma Kunz nunca afirmó ser artista. Pensó en sus dibujos, y tal vez incluso en sí misma, como un medio, no como un fin. Para ella, el dibujo era una proyección bidimensional de un proceso de conocimiento: una expresión de su relación con lo divino.
Dentro de esa práctica de la visión holística del mundo que Kunz practicaba, en 1938 comenzó a realizar una colección de redes de líneas rectas o círculos concéntricos similares a mandalas. Podría llegar a dibujar durante 24 horas, hasta alcanzar casi el colapso.
Kunz utilizaba estos dibujos como parte de su terapia, colocándolos entre ella y sus pacientes, o como guías para la meditación y el diagnóstico. Una década tras su su muerte, cuando sus dibujos vieron por primera vez a la luz, la visionaria artista suiza entró a formar parte de un club de mujeres artistas que abrazaron lo espiritual.
“Mi obra visual está destinada al siglo XXI”, decía. Hoy Emma Kunz no sólo es un nombre mayúsculo dentro de la historia del arte, sino que ejerce una fascinación creciente entre los artistas contemporáneos.
Los dibujos de esta artista responden a preguntas sobre sanación y cuestiones espirituales y filosóficas. Los datos disponibles sobre la vida de este personaje indican que con sus dibujos podía practicar un tipo de meditación activa. A menudo volvía a los dibujos más antiguos y al dejar que sus vibraciones influyeran en su mente, podía encontrar respuestas a nuevas preguntas.