Las emociones se revuelven en el convulso ambiente en el que nos vemos inmersos hasta el punto de que, a veces, no sabemos cómo equilibrar el mundo externo, con el interno.
En el calor del hogar, en nuestra habitación, encerrados y liberados entre cuatro paredes, ahí es cuando somos nosotros mismos y comenzamos a lidiar con nuestros pensamientos y emociones más profundas.
Comienza entonces un diálogo interno con ese “otro” que guardamos con llave ante el resto del mundo, ese “otro” que es la imagen más fiel a quien realmente somos. Las emociones empiezan a aflorar, las contradicciones del mundo tras la pantalla y más allá de la puerta de ese cuarto hacen mella, nos duelen y llega un punto en el que no podemos más.
La pintora Valeria Duca recoge todo ese cúmulo de sensaciones y las plasma en sus cuadros con una serie de metáforas visuales en las que verse reconocido es tan fácil, que duele.
Nacida en Moldavia en 1995, Duca lleva desde los 12 años en el mundo del arte y su trabajo ha sido reconocido por su uso del color y la abstracción explícita y latente de sus pinturas. Sus obras son tan delicadas como certeras y fuerzan al espectador a desnudarse, a verse reflejado en esa escena que tantas veces se repite en la intimidad donde creemos que nadie nos ve.
En ocasiones, sus cuadros hablan de la actualidad más reciente, como Peace of Mind. En este cuadro, Duca explica: “Desde el inicio de la pandemia, he estado en constante conflicto con las redes sociales, en parte porque mi trabajo depende mucho de ellas, pero también porque, durante el aislamiento, hacer scroll era la forma más fácil y rápida de conseguir dopamina. Y cuando parece que el mundo se va a la mierda, los vídeos de gatos no son tan malos”.
Esa crítica a las redes sociales también lo podemos ver en Facebook. Stay connected, para el que tomó como inspiración Social Reich, del artista Briancoshock, donde el logo de la web de Zuckerberg se funde con una esvástica nazi.
Las metáforas visuales de Valeria Duca nos destrozan por dentro y nos hacen sentir algo esperanzados, porque comprobamos que no somos los únicos que sienten un desasosiego y una ansiedad palpitantes ante la realidad. La gran paradoja es que, con sus trabajos, no estamos tan solos viendo a otros en soledad.