La vida es misteriosa, incierta, fascinante, en ocasiones incoherente y expuesta a infinidad de interpretaciones y situaciones que se nos salen de las manos, Luis Buñuel partió de esta premisa, para la realización de una de sus películas más inquietantes y que describen de una manera precisa lo que ha sido el 2020 para la especie humana, El ángel exterminador.
Por Sandra P Medina
Un hecho tan simple como una cena que comparten un grupo de amigos, se convierte en un desenlace cargado de angustia, que incita a un cuestionamiento hacia la fragilidad humana.
Lejos de adentrarse en los convencionalismos, la imaginación en extremo delirante de Buñuel, nos permite explorar las consecuencias de un enclaustramiento que va sacando a flote, lo más degradante y salvaje del ser humano, desde la perspectiva burguesa.
Rodada en México en blanco y negro se estrenó en 1962, durante el exilio de Buñuel en dicho país, a causa de la Guerra Civil española; el cineasta aragonés junto con Luis Alcoriza, escribieron un guion, que en un principio rotularon, Los náufragos de la calle Providencia, pero Buñuel recordó que su amigo José Bergamín, le había comentado sobre una obra teatro que quería titular, El ángel exterminador, nombre que Buñuel encontró extraordinario, así que le escribió a Bergamín para preguntarle sobre su obra, y éste le respondió que no había llevado a cabo el proyecto, además el título lo había sacado del Apocalipsis, y podía utilizarlo sin problema.
La película inicia con el primer plano de un letrero que dice “Calle de la Providencia” un barrio de la alta sociedad en México, luego ingresamos a una acogedora mansión donde la servidumbre esta atareada con los preparativos de una comida que se está por realizar, en cuanto terminan sus labores, les entra una necesidad inexplicable de abandonar la casa dejando solo a Julio (Claudio Brook) un rígido mayordomo, educado por los Jesuitas.
Paralelo a ello, entran en la casa sus dueños, el matrimonio Edmundo (Enrique Rambal) y Lucía Nobile (Lucy Gallardo) con un grupo de amigos con los que estaban disfrutando de una sesión de ópera de Donizzetti.
El preámbulo para ingresar en ese misterio que se empieza a apoderar del lugar, es cuando se repiten una serie de diálogos y situaciones.
Después de la cena, Los Nobile y sus invitados, entran al salón de estar para tomar unos tragos y escuchar una sonata de Paradisi, tocada en el piano por Blanca (Patricia Morelos). En el momento de partir a sus respectivos hogares, los visitantes se sienten impotentes para salir del salón (como esos ataques de pánico que se transforman en agorafobia y lo inhiben a uno para enfrentarse al mundo exterior) sin razón alguna, el sueño y el cansancio se apoderan de ellos y deciden quedarse a dormir en la mansión.
Al día siguiente, el mayordomo les lleva el desayuno, y también queda atrapado en el lugar. La situación se prolonga durante los días posteriores, y develará un interrogante con respecto a la convivencia y sus delgados hilos que se quiebran ante la desesperación. La vida en una mansión, se convierte en un “campamento de gitanos” como despectivamente lo dice uno de sus elitistas personajes.
En el exterior de la casa “declarada en cuarentena como si fuera una epidemia” se agolpa un grupo de personas y la policía, que intentan fallidamente entrar al aposento para liberar a los recluidos.
Esa imposibilidad de satisfacer un deseo tan sencillo como salir del salón, ocurre a menudo en las películas de Buñuel, es el caso de La edad de oro (una pareja que quiere unirse pero no lo logra) y en Ese oscuro objeto del deseo (un hombre entrado en años que quiere satisfacer sus necesidades sexuales pero no puede) un pensamiento insignia en la obra de Buñuel, donde el encierro y la frustración, manifiestan su convicción de que la libertad es una quimera que se ve oprimida por las jerarquías sociales, la religión, la política y por qué no, el imponente subconsciente muy a fin con el surrealismo, que se encarga de estudiar las aterradoras capas de la mente, que se abren a través del mundo onírico, y en ocasiones nos limitan y aprisionan.
Las largas secuencias de El ángel exterminador así lo determinan, en un escenario claustrofóbico, cargado de claroscuros como en los sueños, que Gabriel Figueroa logró capturar con habilidad, dejando en evidencia el deterioro de una clase social, que por primera vez se ve privada para saciar sus necesidades más básicas.
Un juego kármico que Buñuel registró desde su crítica visión hacia la burguesía, la condición humana y la religión, tanto afuera como adentro, el desastre es inminente porque no tenemos autonomía de pensamiento, somos como “corderos” en fila cegados por las tendencias, la repetición de las masas, la inmediatez de leer solo el título de un artículo y no su contenido, y el temor de vernos rechazados por no lograr encajar en la frivolidad que reina en la deteriorada humanidad.
Buñuel, el visionario que debe estar desde algún lugar de La Vía Láctea tomándose un Dry Martini, mientras nos observa bajo su lente siendo partícipes de su propia creación, El ángel exterminador.