Sonsoles Lozano dedica parte de su vida a conocer el mundo y a viajar por esos sitios que, de alguna manera, forman parte de nuestro imaginario y puede que tengamos algo idealizados. Compartimos una de sus aventuras.
"Esa mañana concreta de un día de octubre del año 2006 nos levantamos y me dí cuenta que ese era el día, y no otro, en que iba a ver las pirámides. Las auténticas, las de verdad."
Las pirámides de Gizah, antes que destino, eran iconos. Representaciones estáticas e inertes, envueltas temporalmente en el espacio de mi memoria. En aquel lugar de mi mente, reposaban en la misma estantería las Pirámides de Gizah, Machu Picchu y el Puente de Brooklyn. Todos ellos recortes pasmados de revistas y libros de textos reposando en mi
pensamiento.
Siempre que comenzábamos la asignatura de historia en el colegio, era en Egipto donde comenzaba el temario. Y allí se quedaba, vegetando, aquel misterioso periodo y la imagen de aquellas impresionantes construcciones, frente a la velocidad del resto de acontecimientos que se sucedieron en la historia.
Aquel día, el recorte del libro de texto cobraría vida. Aquel día nos adentraremos en ese desierto misterioso -casi inaccesible y aislado del mundo- donde estaban las famosas pirámides rodeadas por kilómetros de arenas remotas. ¡Y la esfinge! No olvidemos la esfinge.
Aquel día las expectativas estaban por las nubes. Y claro, pasó lo que suele pasar. Llegamos a Gizah, que ¡oh, primera sorpresa!, es el nombre de un barrio de extrarradio, feo y sin sustancia, a unos 18 km al suroeste del centro de El Cairo.
Con arena, sí. Con desierto, sí. Pero de remoto y romántico nada de nada.
Esta imagen es de las que más orgullosa me siento en todos mis viajes. Película analógica de 35mm y revelado dudoso -mira esa dominante de color ¡por favor!-. Una imagen que rompe totalmente el icono institucionalizado, atónito y pasmado, que dormita en nuestros libros de textos y revistas de viajes. Una perspectiva desacostumbrada que desnuda una verdad.
Un circuito cerrado entre las pirámides y la esfinge es recorrido por estos carriles de asfalto que le pegan una patada en la entrepierna a cualquier romanticismo e intento de mantener una imagen de atemporalidad milenaria. De conciencia ecológica y reglas de urbanismo aplicadas a la conservación de una arquitectura integrada y en armonía con el paisaje, olvídate.
Para rematar, y prometo que lo que digo es cierto, desde esta perspectiva la famosa esfinge queda de espaldas. Y lo que se ve de ella no es un rostro “innarizado”, ni siquiera un perfil orgullosamente faraónico, tan sólo un pene de esos que no nos gustan a casi nadie: pequeño, morcillón y regordete."
Por Sonsoles Lozano