Cuando vemos “La Genou de Claire” de 1970, esa película con poderosa estética y con maravillosos paisajes alrededor del lago donde se había rodado, nos pueden las ganas de volar a ese pequeño trozo de cielo francosuizo, coronado, en parte por el maravilloso Lago Annecy.
Allí, en ese paraíso en la tierra donde Eric Rohmer decidió homenajear a Gaugin y su mundo de luz y color.
Os proponemos un breve pero bello recorrido por el Cantón de Vaud, circundando sus lagos y bellos pueblos. Empezamos en Ginebra. De Ginebra nos quedamos con su cementerio y su Parc des Bastions, un romántico parque tan especial como los habitantes que llevan descansando allí desde hace siglos. También con su casco viejo, impregnado por la Reforma, lleno de fuentes floreadas y su tranquilidad templada y encantadora de un pueblo.
Annecy
Annecy (FR) un pueblo de La Alta Saboya que soñaba con crecer a los pies de las montañas. Annecy es medieval, coronado por palacios y su castillo y que se nutre de numerosos canales adornados por flores y edificios tintados de colores fuertes. Annecy se abre al Lago que lleva su nombre, el mismo donde rodó el director francés.
El viaje en barco por el lago es realmente especial, ahí es donde se nos agolpan los fotogramos del fiilme francés. Seremos entonces capaces de entender tanta belleza junta, la de un lago con agua azul cielo en contraste con el verde de las montañas y humanizado levemente con Castillos en isletas y edificios de la Belle Epoque donde el corazón utópico de la pobre Clara, buscaba consuelo en las tardes de verano…
Lago Léman
No podemos evitar pensar en los románticos como Mary Shelley, Polidori, Byron...que se dieron cita en este lago aquel verano oscuro de 1816 para dar rienda, entre otras muchas cosas, al gran Frankenstein. No nos extraña que eligieran estos lares que bordean en Lago Léman, sus villas son como un collar de perlas preciosas alrededor de un cuello fino y elegante, que es el Lago Leman.
Lago Léman ( Montreaux)
A través del ventanal del tren, podremos observar como las montañas se acercan majestuosas y el resplandor de las aguas transparentes, puede que nos dejen sin palabras.
Montreux, conocida por su festival de Jazz, por sus hoteles de finales del siglo XIX, y entre otras muchas cosas, por la privilegiada vista de los Alpes y el Lago. Es posible sentir mucha emoción al imaginar tiempos impregnados de optimismo, de búsqueda de la belleza, de placer y de elegancia de una burguesía que se empeñaba en brillar más que la nieve de las cumbres alpinas.
Seguimos bordeando el lago hasta llegar a Vivey. El pueblo donde Chaplin decidió esperara pasar a mejor vida , no nos extraña en absoluto. Nada más llegar, encontramos un mercadillo de comidas, con un fuerte olor a quesos y vino de la tierra. Recorrer su casco viejo nos deja sin palabras con sus calles llenas de flores, pinturas, cafés y tiendas de decoración de los años cincuenta….
Y hacemos otra parada mágica, Saint Shaphorin, pueblecito de ensueño, la joya de Lavaux y Patrimonio de la Humanidad. Sus calles estrechas no pueden evitarer la luz cegadora de los Alpes. Allí nos podemos tomar un café entre viñedos y cómo no, de cara al lago. Es un reducto desconocido, mágico y dolorosamente bello.
Con la mochila cargada de belleza podemos hacer la última visita del día y visitar Laussane, una de las ciudades más grandes e importantes de Suiza. Nos gustó mucho su ambiente, la plaza central llena de cafés y comercios. Y por supuesto, su catedral. Una joya del siglo XIII que mira con eterna juventud al lago Léman.
Nos quedamos con el encanto natural de Suiza, con su luz, una luz intensa y blanca, con la alegría de sus casas, las flores, los lagos, las vacas que pastan felices, los canales de Annecy, la historia y el vino de Saint Saphorin, el Lago Leman, los románticos y su verano sin sol, el Lago de Annecy, la Nouvelle Vague,la Belle Epoque, sus palacios y castillos, y con Clara y sus amores de verano...