Cezanne es el padre de todos nosotros”, llegó a decir Pablo Picasso. Matisse por su parte, se acabaría obsesionando también por los colores de Cezanne y llegaría a prácticamente plagiar algunas de sus obras.
Por Ángel Marrero Pimienta
Cézanne, una vida de inconformismo y azares.
El mundialmente reconocido pintor Paul Cézanne (1839-1906), procedía de una familia adinerada, ya que su padre, de origen italiano, poseía un establecimiento bancario en Aix-en-Provence, Francia, lugar donde nació el artista y donde curiosamente (o el destino así lo quiso), fallecería. Recibió una esmerada educación y unos conocimientos humanísticos en el colegio de Bourbon, donde conoció a Emile Zola, uno de sus amigos más íntimos.
Cézanne empezó los estudios de Derecho para complacer a su padre y más tarde decidirá dedicarse a la pintura. Con el apoyo materno se traslada a París en 1861 para comenzar su carrera como pintor. Asiste a la Académie du Suisse para ejercitarse en el dibujo, allí conocerá a su mentor, el célebre Camille Pissarro. Tras unos primeros lienzos de concepción romántica, el trato con Pisarro condicionó su pintura. Le ayudó a aclarar su paleta, a interesarse por el bodegón y el paisaje….le enseñó a pintar como un impresionista. En esta época, Cézanne ya apuntaba hacia la exaltación de los volúmenes, rasgo que lo diferencia de los demás impresionistas. Su presencia en la primera exposición de los impresionistas (1874) con su Olimpia moderna y La casa del ahorcado, provocó rechazos, ya que ni los miembros del grupo acababan de entender su obra. Lo volvió a intentar en la tercera muestra (1877) repitiéndose las críticas. No se aceptó su estilo de pintura, por lo que abandonó el grupo y se trasladó a Aix. El Impresionismo fue para Cézanne una práctica, una técnica que tratará de acomodar a sus intenciones, donde la pincelada pierde espesor y el colorido gana pureza.
Para Cézanne, el Impresionismo se fundaba demasiado en la sensación y en la superficialidad…un pensamiento que le haría “superar” definitivamente el concepto impresionista para buscar algo más. Retirado en Aix-en-Provence, aislado de la sociedad, tras romper con la profunda amistad que lo unía al (en aquel entonces ya) escritor Emile Zola al encontrarse representado por el personaje de un pintor fracasado en una de sus novelas, empieza a plantearse un modo de pintar que responda a la esencia de la realidad, a la esencia propia de los objetos, pero a través de su propia experiencia. Prescinde de la emotividad y del sentimiento para reflexionar sobre el lenguaje pictórico, meditando sobre las relaciones entre la forma y el color.
Autorretrato, ca. 1879-80
Cézanne busca en la naturaleza las formas esenciales, que para él son las figuras geométricas, el prisma, la esfera, la pirámide y en consecuencia, plasma lo que contempla, y en el año 1890, realiza su obra maestra donde muestra todo lo que él buscaba: ”Los Jugadores de Cartas”, una intensa partida que empezaría con cinco jugadores y solo los 2 más astutos batallarían hasta la eternidad del arte.
Primera versión de la obra con donde se representan a los cinco jugadores. 1890-92, Barnes Foundation, Merion, Pennsylvania
SU MAYOR AS BAJO LA MANGA: ANALIZAMOS LA OBRA
¿Qué significación profunda posee esta obra de Cézanne en un contexto como el de finales del siglo XIX, tan marcado por el naciente avance de la técnica en el horizonte europeo y la reproductibilidad fotográfica?
Cézanne llega al clímax de su producción en esta obra precisamente por superar el modelo de la representación externa. Es decir, a Cézanne no le interesó representar el objeto visto, sino lo que vemos. En este sentido, nuestro pintor de la Provenza otorga un giro subjetivista al arte moderno para abrir sendas al contemporáneo: ya no se necesitará pintar, como hacían los realistas hasta unas décadas antes de Cézanne, a los objetos en cuanto objetos; lo que se pintará ahora será el modo de comparecer del mundo ante nuestros ojos. Lo importante será el modo en que nuestra conciencia reacciona, tiñe y hace vibrar al mundo. De este modo, Cézanne lleva a cabo algo que ningún instrumento ni cámara fotográfica puede hacer: develar ese lazo subjetivo que nos une a los objetos.
Por lo mismo, y para ser más concretos a la hora de analizar la obra, esta tela se halla cargada de una tonalidad cromática que deviene en el aura del recuerdo. Lo que palpita en su calidez es la referencia a una escena, cualquiera que sea, que resplandece con la vibración propia de la memoria. Recuerdo de un suceso que jamás presenciamos, recuerdo de una imagen nunca antes vista, recuerdo de ese niño que algún día grabó en su memoria a dos hombres jugando cartas en la cantina, esta obra de Cézanne sintetiza y aplica todo lo que en términos fenomenológicos se denomina la “intencionalidad”: el modo en que nuestra conciencia subjetiva actualiza la presencia de un objeto que le es donado a ella, observamos diferencias en las cartas, unas más claras que otras y una cabeza más erguida por parte del jugador de la pipa, indicaciones, simbolismos que tienen como significado: aludir al triunfo de un jugador frente al otro.
Detalle con la representación de la botella de vino como elemento determinante en la composición.
Una obra cuya importancia debemos siempre considerar como trascendental, pues con ella como hemos comentado, Cézanne no nos proporciona solo una impresión, sino también una descripción del sentido interno de la acción, como síntesis destinada a permanecer en la mente bajo la forma del recuerdo. En la actualidad, su importancia es aún mayor, puesto que uno de los cuadros de la serie se convirtió en la obra de arte más cara de la historia.
Como el pintor francés decía: « No se trata de pintar la vida, se trata de hacer viva la pintura. » (Cézanne, 1891).
Por Ángel Marrero Pimienta
Historiador del Arte, poeta y escritor de las obras “El Virus del Alma” y “El Viaje del Verso”, e investigador independiente.