En Bruselas la gente ha perdido el interés por las estatuas que decoran los parques, pasan por su lado como si no estuvieran y Mottart era incapaz de soportar esa indiferencia.
Es normal que con el paso del tiempo, la gente se aburra de lo que le rodea. La monotonía es un arma de doble filo. Puedes vivir en la ciudad de tus sueños y con el tiempo, perder el interés al pasar por el que antes era tu lugar favorito. Es lo que tiene vivir rodeado de cemento, sometido al reloj y a las obligaciones.
Harto de esta situación insostenible, Geoffroy Mottart decidió buscar una solución. De alguna manera, el patrimonio escultórico estaba quedando relegado al olvido en Bruselas, así que se planteó el problema y tuvo una idea: eliminar la oscuridad incluyendo color sobre las esculturas de bulto redondo.
Ni corto ni perezoso, el florista se puso manos a la obra y comenzó a crear de manera ingeniosa pelucas y barbas falsas cubiertas de flores, todas hechas a medida para decorar las cabezas de las esculturas que pueblan las esquinas de las zonas ajardinadas.
“Estas intervenciones efímeras son para mí como un guiño al pasado, una forma de demostrar que estas esculturas aún pueden sorprender e intrigar”.
Lo cierto es que antes de que Mottart tuviera esta idea, pasear por los parques un día de invierno era desolador. Los tonos oscuros no llamaban la atención de los transeúntes y los rostros de aquellos personajes históricos, parecían más ojerosos y tristes cada mañana.
Aunque como él dice “son intervenciones efímeras” y solo duran un día, ya sea por las inclemencias del tiempo o porque lo retiran las autoridades locales, Geoffroy no pierde las ganas y continua con su odisea personal. Con ello, devuelve la vida a las ignoradas obras de arte, alegra las calles e intriga a los vecinos.
Por Adela M. Sevilla
via Geoffroy Mottart