Estudios recientes muestran que para aprender algo es necesario emocionarse.
No debería ser una gran revelación, pero una serie de estudios recientes de neuroimagen parecen confirmar que las emociones juegan un papel central en la memoria y el aprendizaje. Esto es algo evidente: aprendemos y recordamos los que nos gusta, lo que nos apasiona.
Fotograma de Dead Poets Society (en España, El club de los poetas muertos) Peter Weir, 1989
Hace unos años, investigadores del MIT (Massachusetts Institute of Technology) midieron la actividad eléctrica de un estudiante durante 24 horas y la compararon en diferentes actividades, como escuchando una clase magistral y viendo televisión. Notaron que en esos dos casos no había mucha diferencia. De aquí siguieron para determinar que un método pedagógico basado en la recepción pasiva no funciona realmente, o al menos no es muy efectivo.
Según el neurpsicólogo Jose Ramón Gamo en un artículo de El País: "El cerebro necesita emocionarse para aprender". Con el uso de técnicas de medición de la neurociencia se ha podido determinar que los procesos de aprendizaje requieren de una cierta motivación e involucramiento. Esto refuerza la noción de que la clave que hace a un buen profesor es estimular e interesar a sus alumnos.
A partir de esta información se han desarrollado cosas como la neurodidática, una disciplina incipiente, que incorpora la ciencia del procesamiento neural de la información a la metodología escolar. Lo que se deduce de estas aplicaciones es que el llamado lenguaje no verbal es importante, así como también la enseñanza interactiva, en la que los alumnos no sólo escuchan y toman notas sino que hacen o ponen en práctica.
Esto es confirmado con exactitud por el savant Daniel Tammet, quien cuenta cómo aprendió islandés en apenas unos días. Ciertamente, esto parece imposible para la mayoría de nosotros. Tammet habla 10 idiomas y tiene una memoria fotográfica casi perfecta. Pero explica que también para él habría sido imposible aprender islandés si no se hubiera enamorado del idioma.
"El islandés es un efecto secundario de haberme enamorado de Islandia... El francés es un efecto secundario de haberme enamorado de un francés", dice. Esta es la clave para realmente aprender un idioma (y en general, cualquier cosa difícil): debe haber una chispa de amor o alegría, un interés verdadero, y eso es lo que produce maravillas.
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