No entendemos como todavía hay gente que no cree que los animales nos dan lecciones de vida, que no cree que son mucho más buenos, más solidarios y más empáticos que nosotros, que no cree en eso de que en inteligencia emocional, son ellos los sabios.
El perro es el mejor amigo del hombre y el más fiel; no hay verdad más universal y más indiscutible que esa porque la historia está llena de historias que sirven de testigos directos de la nobleza y la lealtad de estos maravillosos animales.
Esta es la historia del perro japonés Hachikō, (quien inspiró esa película del año 2009 que protagonizó Richard Gere y que hizo que muchos de nosotros sufriéramos de una deshidratación severa durante el visionado), es un relato lleno de amor, fidelidad y melancolía.
Hachikō fue un perro de raza Akita y de color marrón dorado que nació en 1923 y fue adoptado en 1924 por Hidesaburō Ueno, un profesor del departamento de agricultura de la Universidad Imperial de Tokio; Ueno eligió a Hachikō como compañero de vida y lo llevó a vivir con él a Shibuya (Tokio).
Ueno viajaba en tren a diario para ir al trabajo y, Hachikō iba a despedirlo a la estación de Shibuya; la pareja llevaba a cabo esta rutina diaria hasta el 21 de mayo de 1925, cuando Ueno no regresó.
El profesor había sufrido una hemorragia cerebral, mientras daba una conferencia, y murió sin volver a la estación de tren en la que Hachikō esperaba como siempre.
Increíblemente, durante los siguientes nueve años, nueve meses y quince días, Hachikō, que fue adoptado por el jardinero de Ueno, esperaba el regreso de su amigo todos los días, apareciendo precisamente a la hora que el tren, que debía traer a su compañero, llegaba a la estación.
Mucha gente empezó a reparar en que el triste perro iba todos los días con la esperanza de volver a reunirse con su humano y, aunque al principio los trabajadores de la estación no fueron especialmente amables con el desubicado animal, cuando apareció el primer artículo sobre él en Asahi Shimbun el 4 de octubre de 1932, mucha gente empezó a llevarle comida y agua para hacer más soportable la espera.
"...durante nueve años, nueve meses y quince días, Hachikō esperaba el regreso de Ueno todos los días..."
Hachikō se convirtió en una sensación nacional; su fidelidad a la memoria de su maestro impresionó al pueblo de Japón hasta el punto de convertirse en un símbolo de lealtad familiar al que todo el mundo debía aspirar; hasta un conocido artista nipón hizo una escultura del perro.
Hachikō murió en la estación el 8 de marzo de 1935 con 11 años, fue incinerado y sus restos fueron enterrados en el cementerio de Aoyama, Minato, Tokio, donde descansan junto a las de su amado maestro, el profesor Ueno; curiosamente, el pelaje de Hachikō, que se conservó después de su muerte, se usó para recrear al animal en una figura que se exhibe en el Museo Nacional de Ciencia de Japón en Tokio.
Nosotros también estaríamos dispuestos a esperar toda una vida si la historia que nos van a contar es una como esta.
Fotograma de "Hachiko, simepre a tu lado" (2009)