Johann Wolfgang von Goethe (1749 - 1832) fue un poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo, movimiento al que influyó profundamente. En palabras de George Eliot fue «el más grande hombre de letras alemán... y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra».
Dentro del inestimable legado que nos dejó el genial Goethe se encuentra su estudio sobre la reacción del ojo en relación al color, que afirma que cada color es un grado de la oscuridad.
La teoría de los colores de Goethe, además de ser un exquisito tratado que describe lo indescriptible (la sensación que nos produce algo), nos sugiere que experimentamos el mundo desde un cúmulo de reacciones primitivas que, generalmente, damos por sentado. Goethe publicó este tratado sobre la naturaleza, la función y la psicología de los colores en 1810, y aunque en su momento fue descartado por la comunidad científica, permaneció como objeto de gran interés para filósofos, artistas y físicos, incluyendo a figuras como Schopenhauer y Wittgenstein.
Uno de los puntos más controversiales de Goethe fue la refutación de las ideas de Newton acerca del espectro de color. Para el alemán, la oscuridad es un ingrediente activo en lugar de una mera ausencia de luz. “El color en sí mismo es un grado de la oscuridad”, escribió. Esta aseveración vino a cambiar el mundo a un nivel metafísico y figurativo, indicando que la oscuridad es algo vibrante que existe todo el tiempo y la luz solo es una manera de poder “verla” ante nuestros ojos en sus distintas manifestaciones de color. Que los colores existan independientemente de la luz, sugiere que hay un mundo de fenómenos latentes, podamos o no percibirlo.
Al igual que describir un sabor, describir la intimidad de un color es uno de los ejercicios más difíciles e intrigantes que podamos imponernos. Y además de que Goethe logró, por momentos, transmitir su entendimiento del esquivo lenguaje del color, sus descripciones son lo más cercano a una poética del espectro.
Amarillo
Este es el color más cercano a la luz. Aparece en la más mínima mitigación de la luz, ya sea por medios semi-trasparentes o por el débil reflejo de superficies blancas. En experimentos prismáticos se extiende sola y vasta en el espacio de luz, y mientras los dos polos se mantienen separados el uno del otro, antes de mezclarse con azul y producir verde, se puede ver en su máxima pureza y belleza. […]
En su más alta pureza siempre carga con él la naturaleza del brillo y tiene un carácter sereno, alegre, suavemente excitante.
Azul
Así como el amarillo siempre va acompañado de luz, lo mismo puede decirse del azul, que trae con él un principio de la oscuridad.
Este color tiene un peculiar y casi indescriptible efecto en el ojo. Como tono es poderoso, pero esta en el lado negativo, y en su máxima pureza es algo así como una negación estimulante. Su apariencia, entonces, es una especie de contradicción entre la excitación y el reposo.
Mientras el alto cielo y las lejanas montañas parecen azules, una superficie azul parece retirarse de nosotros.
Pero así como nos dejamos llevar por un objeto amable que vuela de nosotros, así amamos contemplar el azul; no porque avance hacia nosotros, sino porque nos jala a seguirlo. […]
La apariencia de objetos vistos a través de un vidrio azul es sombría y melancólica.
Rojo
El efecto de este color es tan peculiar como su naturaleza. Transmite una impresión de gravedad y dignidad, y al mismo tiempo de gracia y atracción.
Verde
El ojo experimenta una distintiva impresión de gratitud hacia este color. […] El observador no tiene ni el deseo ni el poder de imaginar un estado más allá de él.
Por Aleph