"Insomnio", un relato breve y afilado de Pedro Martí Muñoz

Pedro Martí nacío en Vigo. Lleva escribiendo 20 de los 30 años que tiene. Nunca había publicado nada, tampoco lo había intentado. Hasta ahora. Nos ha hecho llegar un relato breve y afilado. Lo hemos disfrutado, confiamos que os guste a vosotros también.

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Foto: Chris Vieira

Insomnio

Por Pedro Martí

Paulov no permitía que los perros durmiesen. Les torturaba con semanas de sueño escaso, intermitente e irregular. Así descubrió que los canes entraban en un estado de agotamiento extremo, despiertos, pero al borde justo del sueño. En este punto los animales eran completamente manipulables. Era posible cambiar en ellos los comportamientos más arraigados. Tras el suficiente tiempo sin dormir, hasta el perro mentalmente más fuerte perdía toda voluntad, se volvía sumiso y dócil. No se nada más sobre Paulov. Esto lo sé porque me ayuda a explicar por que me he convertido en un trozo de mierda.

Padezco de insomnio. Duermo muy poco, muy mal y generalmente en una pésima postura. Normalmente mi sueño consiste en inesperadas siestas mientras veo la televisión, en el autobús e incluso en el trabajo, cosa que me ha traído muchos problemas. Por fortuna conservo el empleo. Rara vez duermo en la cama y casi nunca de noche.

De vez en cuando, después de semanas despierto, el insomnio me concede un descanso. Durante un par de días duermo de noche y en la cama. Si cuadran en fin de semana, puedo pasarme prácticamente el día entero durmiendo. Al principio agradecía esos breves periodos de paz, los entendía como una tregua para recuperar fuerzas y plantar batalla. Últimamente, empiezo a verlos como un elemento más de toda esta tortura. El enemigo invencible me permite descansar sólo cuando estoy al límite de mis fuerzas, para que me mantenga vivo, y poder seguir jugando. Supongo que es natural, mi gato a veces también lo hace; atrapa a una mosca entre sus patas y la maltrata hasta que es incapaz de volar, entonces la suelta en suelo para juguetear con su cuerpo vivo, con cuidado de no matarla de un zarpazo y acabar con la diversión de forma prematura.

Hoy es martes 16 de febrero, llevo sin dormir más de 15 minutos seguidos durante 37 días. Lo sé porque para alguien como yo es imprescindible tener colgado un calendario en la pared del salón, bien visible. Cada día sin dormir, un círculo; cada día de sueño, una cruz.

El tiempo y realidad empiezan a ponerse borrosos, blandos y pegajosos. Los minutos y los segundos pesan, los escombros del tiempo caen desordenados sobre mi y ni siquiera soy capaz de saber que hora será. Ahora son las tres de la mañana. Lo sé por que lo veo en el reloj, justo al lado del calendario, a la izquierda de la televisión. En mi estado nadie debería de tomarme en serio, pero sigo yendo a trabajar, entro a las 7. Me quedan cuatro horas para intentar dormir algo.

Hoy he tomado la pastilla que me recetó el médico, “es muy fuerte, ten cuidado”, dijo. No me ha hecho nada, ni si quiera después de dos cervezas. Me fumo un porro y me siento más relajado, ya no me importa no dormir. Siento como si mi cerebro hubiese encogido, ahora flota en un liquido dentro de mi cráneo. Quizás es lo que realmente está pasando.

Desde dentro de la televisión me hablan a mi. Es un chef, gordo, bigote, sonrisa y un traje blanco tan limpio que parece más de cirujano que de cocinero. Está revelando el secreto de su éxito, la oportunidad es única si no compras ahora esta sartén te arrepentirás el resto de tu vida. Aparece gente normal, como yo, dicen que es la mejor sartén que han usado nunca. El chef vuelve y cocina, nada se pega. Estoy casi convencido. De pronto el chef trata de rayar la sartén con un tenedor, es imposible, pienso, la va a destrozar, pero nada, intacta. Y aún hay más, un cuchillo, madre mía, no se atreverá, y se atreve, golpea la sartén con el cuchillo, arrastra el afiladísimo filo por todas partes, haciendo fuerza. Nada, la sartén sigue como nueva.

Estoy emocionado, me levantaría a aplaudir si no estuviese tan cansado. La voy a comprar. La pagaré a plazos, como el cuchillo de la semana pasada. Lo vendía el mismo chef, “más fuerte que el diamante”. Cortó con el un ladrillo incluso, lo juro, lo vi con mis propios ojos. Aquella vez ni me lo pensé, era caro, ochenta euros. Pero el precio de un cuchillo le importa muy poco a alguien que lo compra pensando en cortarse con él las venas. Ahora ese proyecto tendrá que esperar. Al menos hasta que reciba la sartén indestructible. Necesito saber si el cuchillo cortaladrillos es capaz de rayarla.

PorPedro Martí

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