La propia memoria a veces miente, entrelaza la realidad con los sueños, con los deseos incluso con los con los pecados, ¿qué esto a lo que llamamos memoria? ¿es sólo una idea más, un bulto de recuerdos, una acompañante discreto, un lugar donde se deposita la experiencia, una sombra?
El verdadero nombre de Gabriela Mistral era Lucila Godoy, poetisa, diplomática, profesora y pedagoga chilena nació en 1889 en Vicuña, una pequeña ciudad al norte de Chile.
Cuando era joven, su amado se suicidó al pensar que su nombre iba a quedar manchado por unos problemas en las cuentas de su empresa. Esto le llevó a escribir "Los sonetos de la muerte" con los que ganó los Juegos Florales de Santiago de Chile en 1914 y de ahí obtuvo fama nacional para después ser conocida a nivel internacional. Tanto que llegó a recibir el Premio Nobel de Literatura.
En este poema, la poeta recurre a la voz como imagen de un itinerario de pistas que el sujeto amado debe seguir para encontrarla. La voz es ella misma, la presencia. Hacer sonar su voz, sus cantos, y poner en ella la memoria de las cosas amadas por el otro, es el camino seguro para el reencuentro. La enamorada espera a que este rastro vocal, este hálito sonoro que es el canto, sea el eco de sirenas que atrae al navegante.
Yo canto lo que tú amabas, Gabriela Mistral
Yo canto lo que tú amabas, vida mía,
por si te acercas y escuchas, vida mía,
por si te acuerdas del mundo que viviste,
al atardecer yo canto, sombra mía.
Yo no quiero enmudecer, vida mía.
¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías?
¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía?
Soy la misma que fue tuya, vida mía.
Ni lenta ni trascordada ni perdida.
Acude al anochecer, vida mía;
ven recordando un canto, vida mía,
si la canción reconoces de aprendida
y si mi nombre recuerdas todavía.
Te espero sin plazo ni tiempo.
No temas noche, neblina ni aguacero.
Acude con sendero o sin sendero.
Llámame a donde tú eres, alma mía,
y marcha recto hacia mí, compañero.