Saber mirar y encontrar la belleza y la sublimidad en todas las formas, rostros, cuerpos o gestos es un don que está al alcance de pocas almas.
Jeanloup Sieff (1933-2000) es uno de esos genios de mirada exquisita. Fue un extraordinario fotógrafo francés de moda y retratos. Nacido en París, su interés por la fotografía se despertó por primera vez cuando recibió una cámara de plástico Photax como regalo por su decimocuarto cumpleaños.
Este esteta empedernido, con Stendhal crónico, basó la mayoría de su trabajo en realizar retratos delicados en blanco y negro de anónimos, bailarines de ballet o de personalidades de la talla de Catherine Deneuve, Yves Saint Laurent, Charlotte Rampling o la icónica modelo Twiggy, entre otros.
La belleza de su trabajo reside en la estética del mismo. Sus capturas resaltan los contrastes y acentúan las formas con un gran angular que lo vuelven un clásico y referente de la fotografía contemporánea. Y es que para Sieff, la fotografía servía, en sus propias palabras, para captar lo efímero, transformándolo en una realidad duradera.
¿Acaso hay algo más efímero que la belleza?
Sus fotografías se han cosiderado auténticas obras de arte que, de hecho, han llenado de sensualidad y elegancia las paredes de varios museos, como el Centro Pompidou (París), el Museo de Arte Moderno (París) y el Museo Ludwig, pasando a ser colecciones permanentes.
Su carrera profesional hizo que recalara en la revista Elle, donde primero realiza reportajes y posteriormente fotografía de moda hasta que deja la revista en 1959. Ese año comienza a trabajar para Réalités y Le Jardin des Modes.
Se permite el lujo incluso de abandonar la prestigiosa agencia Magnum para trabajar por cuenta propia. Recibe el premio Niépce en 1959, consagrado a premiar la excelencia fotográfica, esa de la que hacían gala cada una de sus composiciones y atmósferas.
Cuando penséis que algo no puede ser más bello es porque no habéis tenido la suerte de pasar por el prodigioso objetivo del maestro Sieff.