Hay personas que nacen para reinterpretar las reglas del juego y darle una vuelta de tuerca a la percepción que tenemos de la vida. Hay personas que se van de este mundo consiguiéndolo.
Una de ellas ha sido el polémico fotógrafo Oliviero Toscani (Milán, 1942-2025) que fue reconocido mundialmente por su magistral uso de la provocación en el mundo de la publicidad. Alabado, sobre todo, por las campañas que hizo para la firma de ropa Benetton, Toscani también impregnó con su esencia revolucionaria todos los proyectos que realizó para otras marcas.
En un mundo en el que todavía no era fácil hacerse viral, el fotógrafo consiguió que sus impactantes imágenes dieran la vuelta al mundo.
Una monja besando a un cura, un niño recién nacido con el cordón umbilical o inteligentes composiciones de modelos de diferentes etnias no solo hicieron que las ventas de la marca de ropa italiana se dispararan en la década de los años 90 y los primeros años del nuevo milenio, también colaboraron a que el trabajo de Oliviero fuera reconocido y reconocible por un sello de identidad creado para fascinarnos e incomodarnos.
Ha fallecido hoy lunes a los 82 años en el hospital de Cecina, una localidad de la comarca de Toscana donde vivía. Hace año y medio le diagnosticaron amiloidosis, según reveló en agosto en una entrevista y donde ya anunciaba que le quedaba poco tiempo de vida y que solo se arrepentía de todo lo que no había hecho.
Consiguió que se hablara de una marca sin hacer referencia a los productos que vendía gracias a que en sus conceptos fotográficos se mezclaban ideología, religión, política y sexualidad, todos esos tabús que, todavía hoy en día, levantan ampollas en algunos sectores.
“Siempre he contado los problemas de la sociedad, de discriminación, racismo, inmigración, enfermedades, porque eran los temas de los que discutía con Luciano Benetton. Así que, ¿por qué no afrontarlos también con los demás? En el fondo, de modelos y de belleza ya hablaban todos”.
En una de sus últimas declaraciones, el artista decía que no tenía miedo a morir porque ya había vivido demasiado y demasiado bien. Añadía que nunca había tenido un dueño y un sueldo, que siempre había sido libre.
Para siempre, va a quedar en nuestro recuerdo su manera gamberra, fascinante y transgresora de entender no sólo la moda y la publicidad, sino también la vida.