Este fotógrafo crea montajes a partir de instantáneas de la II Guerra Mundial que confronta con imágenes actuales tomadas en los mismos emplazamientos.
Sergey Larencov lleva seis años trabajando en estas composiciones fotográficas que nos trasladan a un pasado bélico desde el presente. Su proyecto nos permite echar un vistazo a una serie de acontecimientos que marcaron la historia y que dejaron inscrito en muchos lugares el dolor por la pérdida y la muerte de la guerra.
Cuando alguien habla de la II Guerra Mundial, siempre lo hace refiriéndose a batallas, al número de fallecidos, a las ideologías y a los bombardeos que sufrieron algunas ciudades, pero al no haberlo vivido en nuestra propia carne, toda esa información se queda en nosotros como una caótica amalgama de datos sin forma que no adquieren el sentido de lo que realmente significó. Nuestras manos no se han manchado de sangre, no hemos tenido que luchar por nuestra vida o temer por la de aquellos a los que amamos, tampoco hemos dejado de ser considerados humanos por pertenecer a una cultura y respetar un culto religioso.
El trabajo de Larencov consigue transportarnos a aquella desordenada época y nos hace experimentar por un momento esa sensación de miedo, esa necesidad de sobrevivir que muchos experimentaron durante años, ese nudo en la garganta que no deja pasar el aire.
Gracias a una gran labor de documentación histórica y al uso de Photoshop, el fotógrafo consigue crear arte de la propia historia. Sus instantáneas muestran escenas de capitales como San Petersburgo, Moscú, Praga, Viena o París, donde se ven edificios derruidos, zonas defensivas dentro del espacio urbano, patrullas, desfiles de soldados y ciudadanos no militares que caminan entre los escombros buscando un lugar seguro o exponiendo su propia vida para luchar contra los invasores.
Al mirar cualquiera de sus montajes fotográficos, impresiona comprobar el mimetismo y la compenetración de las imágenes. Sergey, busca el punto de vista, el encuadre exacto desde el que el fotógrafo de aquel entonces capto cada escena entre 1939 y 1945. Procura la fusión perfecta entre el antes y el ahora, comparando ambas realidades y descubriendo al espectador la memoria de los lugares por los que pasa cada día para ir a comprar un café al Starbucks.
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Por Adela M. Sevilla