Los portales, esa antesala a las vidas propias y ajenas. Un espacio dado a la espera, a la llegada y a la salida de nuestra rutina.
Francisco Úbeda Llorente es un joven almeriense que se enamoró del encanto de los portales hace tres años mientras paseaba por su barrio, Malasaña. Una cálida noche de agosto se fijó en una majestuoso entrada a un edificio de viviendas en la calle San Bernardo, llena de tonos azules, y le pareció que allí había algo que contar. Tenía su cámara a mano y le tiró unas cuantas fotos. Era el primero -él todavía no lo sabía- de una larga serie que acumula ya más de un centenar de retratos de zaguanes.
“Lo bonito de la fotografía es ver lo que no está a nuestro alcance. Cuando haces un proyecto así, en realidad haces un muestrario para satisfacer la curiosidad propia y ajena. Da igual que sean portales o habitaciones de hotel. Yo elegí los portales, porque desde pequeño he tenido bastantes historias en ellos que me marcaron, y creo que ese fue el germen cuando me planté delante del primero y decidí sacar la cámara”.
«Escojo algunos que tienen cosas extrañísimas, como uno que encontré una escultura con dos ciervos, otros que tienen pasillos propios de una película de terror, aunque los que más me gustan son los de los setenta, con sillones, cuadros y flores de plástico, que se han quedado un poco rancios y sórdidos», explica el fotógrafo a Somos Malasaña en una entrevista reciente.
Esta serie es un homenaje a nuestra infancia, a los olores de madera vieja, a los bodegones decorativos de toda una generación. Es un paseo por la nostalgia y los habitats de todos nosotros.
Francisco Úbeda Llorente: Instagram
h/t: Somos Malasaña