Hawk, Cherry y Moses.
Diane en su dormitorio.
La casa del maestro.
Amanecer en Limahuli Stream.
Dana, Karma y la gran casa.
Teri y Rosey.
Roberto delante de la casa de Sharon y Karma.
Andy y Pat.
Minka y Alpin ien su habitación.
Cherry y Moses
Johnny y Marie en casa
Bobo cocinando.
Johnny y Marie.
Paolo, Sharon y Roberto.
Kailio Point, Haena.
Teri y Emma.

Taylor Camp: el campamento refugio de los hippies

El paraíso perdido: El campamento refugio de los hippies

Taylor Camp: el campamento refugio de los hippies

Este paraíso perdido fue una utopía frente al mar tropical: sin reglas, política, ni facturas que pagar. Antisistemas, la ropa era opcional y las decisiones se tomaban de acuerdo a las “vibraciones”. Fue la última fantasía hippie.

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Hawk, Cherry y Moses.

Taylor Camp comenzó en la primavera de 1969, con 13 hippies que buscaban refugio de los disturbios que había en los Campus en Norteamérica y de la brutalidad policial.

Huyeron de sus hogares y se dirigieron a Kauai, en Hawái, entonces una isla muy remota y virgen, con apenas un sólo semáforo en todo el territorio.

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Diane en su dormitorio.
Taylor Camp John Wehrheim
La casa del maestro.

"Estuvimos involucrados en el movimiento anti-belicista y Berkeley estaba a punto de explotar. Era o elegir las armas o marcharse”.

Así lo recuerda Sandra Schaub, una de las fundadoras de Taylor Camp junto a su marido Víctor. “Así que decidimos irnos a Europa, pero qué diablos, nunca habíamos estado en Hawái, sólo tendríamos que ir allí y luego a Asia y Europa. No teníamos ni idea de lo que hacíamos”.

Pero al poco tiempo, el grupo de hippies y sus hijos acabaron en la cárcel por ser considerados como vagabundos.

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Amanecer en Limahuli Stream.
Taylor Camp John Wehrheim
Dana, Karma y la gran casa.

Hasta que apareció Howard Taylor, el hermano de la actriz Elizabeth Taylor. Vivía en la isla y acudió en su rescate. Los invitó a vivir sin pagar un alquiler en su tierra; uno de los lugares más hermosos de la isla, donde la selva virgen daba paso a una bahía de aguas cristalinas azules.

Todas estas fotografías fueron hechas por John Wehrheim, uno de los residentes de Taylor Camp.

No tenían ni electricidad ni instalaciones de ningún tipo. Construyeron sus casas frente a la playa con bambú, restos de madera y materiales recuperados. Comenzaron a vivir su sueño, sin restricciones ni normas.

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Teri y Rosey.

Cultivaban la tierra y pescaban, aunque a veces recibían cupones de comida. Reclutaron a un médico y a una partera. La existencia de la aldea se extendió por todas partes y surfistas, hippies y veteranos de la guerra de Vietnam se sumaron a la comunidad de la playa.

Rosey Rosenthal, que vivió en la aldea y actualmente es locutor de radio, recuerda la atmósfera que se vivía:

“Estábamos desnudos, todos suponen que ir desnudos es lascivo, tienen eso en su mente. Pero cuando vives desnudo y ves a todas las chicas desnudas todos los días, se convierten en tus hermanas, no hay ningún interés sexual. Es como salir con tus hermanas todos los días. Pero la gente piensa ‘fuiste hippie’. Nunca tuve conocimiento de orgías, si lo hubiera sabido, habría estado. Eso no pasaba, principalmente eran parejas con relaciones serias, como en cualquier comunidad de clase media”.

En su apogeo, alrededor de 120 personas llegaron a vivir en la comunidad de 7 hectáreas.

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Roberto delante de la casa de Sharon y Karma.
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Andy y Pat.
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Minka y Alpin ien su habitación.
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Cherry y Moses
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Johnny y Marie en casa
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Bobo cocinando.
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Johnny y Marie.
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Paolo, Sharon y Roberto.
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Kailio Point, Haena.
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Teri y Emma.

Según cuenta Sandra Schau:

“No necesitábamos la televisión, sabíamos perfectamente lo que estaba pasando. Había veteranos de guerra en el campamento. Regresaron y estaban muy mal. Se veía claramente la diferencia entre los chicos que habían ido a la guerra y los que no. Los que no habían estado en Vietnam podían sonreír, a los otros, tuvimos que enseñarles a hacerlo de nuevo”.

La marihuana y las drogas psicodélicas formaban parte de la vida de muchos de los habitantes de Taylor Camp. 

El paraíso perdido: El campamento refugio de los hippies
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Las hermanas Teri y Debbi Green, conocidas en el campamento como las “hermanas del pecado”, que ahora viven en San Francisco, eran consumidoras habituales de LSD en la aldea.

“Se necesitaba algún tipo de salud mental, algún tipo de enfoque. No era sólo correr y tocar los bongos en la playa a la luz de la luna llena. Eso funcionó para algunas personas, es verdad. Pero yo tenía que empezar a expandir la mente por mi cuenta y lo aceleré con LSD. Para mí fue una herramienta en mi despertar espiritual. No era sólo ‘¡Vámonos de fiesta y tomemos ácido!'”

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Tras 8 años, la historia de Taylor Camp llegó a su fin.

Con la industria del turismo en alza, el campamento fue considerado una monstruosidad. Las quejas sobre la desnudez, las drogas, la sanidad e incluso los robos se hicieron cada vez más fuertes, hasta que la suerte de los hippies, que vivían en uno de los lugares más bellos de la isla, se acabó.

En 1977, el Estado adquirió la propiedad. La aldea pasó a ser un parque estatal y los residentes fueron desalojados. Las autoridades prendieron fuego al campamento para asegurarse de que no volvieran. Actualmente Taylor Camp es un aparcamiento turístico con algunas mesas de picnic y baños públicos.

Cuatro décadas después, un residente de la isla y exhabitante del campamento, John Wehrheim, mostró las fotografías en blanco y negro que tomó mientras vivía allí a unos cineastas, Robert C. Stone y Thomas Vendetti. Conmovidos por las instantáneas, decidieron localizar a los antiguos residentes del campamento, vecinos e incluso a los funcionarios del gobierno que finalmente se deshicieron de ellos. En 2010 hicieron un documental.

“Yo diría que alrededor del 97% de las personas dijeron que este fue el mejor momento de sus vidas”, dice el co-productor Robert C. Stone. “Creo que existió ese sentido de la libertad, la juventud, la vitalidad y la convivencia con la naturaleza y la comunidad, que tienen un gran impacto en la vida de una persona joven”.

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“Si pudiera volver atrás, no lo dudaría un segundo”, dijo David Pearson, surfista que llegó al campamento en 1972 y que ahora es un profesor de escuela pública, jubilado y con 67 años. “No puedo imaginar nada más inmaculado y hermoso que la vida que tenía allí. Fue la experiencia más definitoria de mi vida”.

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