El comienzo del siglo pasado fue una época gloriosa para el glamour, que se vivía a lo grande en ciudades como París, con unos locos años 20 en los que el cabaret y el cambio en la moda influyeron en el estilo de las pinturas de entonces.
Nacido en 1882 en Nantes, el ilustrador francés George Barrier montó su primera exposición con 29 años. La pericia de este genial retratista de su época encandiló tanto a crítica como público, lo que le permitió ganar fama profesional diseñando trajes para el teatro y el ballet, ilustrar libros e ilustrar producciones de alta costura.
Con semejante currículum, no es de extrañar que Barrier sea considerado como uno de los mejores retratistas de la Francia de principios del siglo XX.
De hecho, en las dos décadas posteriores, el ilustrador lideró el grupo del Colegio de Bellas Artes apodado por Vogue como Los caballeros de la pulsera, como un tributo a su sentido de la moda y a sus extravagantes “amanerados “ estilos de vestir. En este círculo elitista, Barrier se codeaba con Bernard Boulet de Monvel, Pierre Brissaud, Paul Iribe, Georges Lepape y Charles Martin.
A lo largo de su carrera, Barbier no paró de ampliar sus horizontes y desempeñó trabajos en joyería, vidrio y diseño de papelería, así como escribió ensayos y numerosos artículos para la prestigiosa Gazette du Bon Ton.
A mediados de 1920, trabajó con Erté para diseñar los escenarios y el vestuario para el cabaret Folies Bergère y, en 1929, fue el responsable del discurso de presentación para la aplaudida exposición de Erté.
Lamentablemente, Barrier falleció en 1932, cuando se encontraba en el momento más dulce de su carrera. Ahora, le recordamos a través de su obra, una delicia que nos muestra la elegancia del París de principios del siglo pasado.