Cada una de las plantas, los árboles, las flores y los animales que conforman la naturaleza son bellos por separado pero son sublimes sin dan lugar a híbridos llenos de fantasia y de color.
Como ocurre en los óleos de Jon Ching en los no priman los colores vivos, las formas imposibles y la belleza de las composiciones, prima la imaginación desbordante.
Ching logra un equilibrio entre la textura y el color en sus pinturas meticulosamente detalladas que hacen que las criaturas fantásticas (búhos con plumas de hongos y mohos difusos, caballitos de mar de los que brotan ramitas frondosas y peces con aletas de tulipán rayadas) parezcan naturales en su entorno.
Sus piezas que navegan entre lo realista y lo surrealista, dan forma a un ecosistema mágico que visualiza las relaciones simbióticas entre la flora y la fauna.
“Me inspira la cosmovisión de muchas culturas indígenas que veneran el mundo natural y ven a Dios en todos los aspectos de nuestro mundo viviente. Creo que esa perspectiva es clave para sus sociedades sostenibles y que debería ser reavivada en nuestras sociedades colonizadas", confiesa Ching.
A pesar de crear a partir de lo que sueña o imagina, la mayoría de sus criaturas surgen de todas esas realidades que él conoce, de todas esa referencias que completan su particular imaginario.
Desde los documentales de David Attenborough o los recuerdos de su infancia en Kaneohe, Hawái, Ching rememora todas su vivencias para darles una perspectiva ensoñadora e irreal.
“Mis criaturas nacen en la línea en la que la flora y la fauna se difuminan, es en parte mi intento de representar algo de esta magia invisible”, declara.
"Al colocarlos en un entorno realista entre las especies con las que estamos familiarizados, los estoy visualizando en el mundo real".
Lo que tenemos claro es que la naturaleza está llena de bellos misterios, quizás algunos de ellos los ha plasmado Ching en su lienzo pensando que pertenecen a aquello que inventa.
Jon Ching: Instagram
h/t: Colossal