El cine para Louis Malle fue una travesía con la que no se aferró a ningún género, por el contrario su inquieta personalidad le permitió codearse con diversos estilos, desde el documental hasta la comedia y esa fue una de las tantas razones por las que no encajó en la Nouvelle Vague.
Por Sandra P Medina
En 1971 el cineasta francés, realizó la polémica El soplo al corazón, que se centra en la relación incestuosa de un adolescente con su madre.
Tres años después, generaría de nuevo controversia e incomodaría al público con la cruda y mordaz, Lacombe Lucien, la historia de un joven resentido que se une a los Nazis , que ocuparon Francia en 1944, y cuya sádica personalidad lo impulsan a comportarse de una manera en extremo, brutal.
Agobiado por la crítica, los prejuicios y la censura, decidió emigrar a Estados Unidos en 1978, donde realizó 3 documentales y 5 películas.
Regresó a Francia en 1987 para llevar a cabo un proyecto, que siempre le había dado vueltas en la cabeza, pero que, por motivos personales y emocionales había mantenido guardado en su subconsciente, hasta el instante de sentirse preparado para sacarlo a la luz.
Sintió entonces, a sus 55 años, que había llegado ese momento de saldar cuentas con su pasado y escribió, confrontándose con sus más dolorosos demonios, la emblemática, Au revoir les enfants (Adiós a los niños) y que fue galardonada por el León de Oro en Venecia.
Trailer original de Au revoir les enfants:
La película se desarrolla en el invierno de enero de 1944, durante la invasión alemana en Francia, a causa de la desgarradora Segunda Guerra Mundial, período en que transcurrió la infancia de Malle.
A través de esta autobiográfica cinta, Malle desfogó lo más personal de sus emociones con una hermosa sensibilidad, mediante el paso de la niñez a la adolescencia y la amistad.
Esa Europa del holocausto que dejó en el cineasta una profunda aflicción emocional y confrontarse con el pasado no es tarea fácil, pero esto le permitió a Malle, cicatrizar ciertas heridas y de paso rendir homenaje, a aquel que fue su amigo en la niñez. Un largometraje en el que plasmó un recuerdo traumático y tormentoso.
Adiós a los niños, es una exquisita y emotiva pincelada a la amistad que se desarrolla en un internado para niños adinerados en Francia. La inocencia que se interrumpió por una guerra que sacudió al mundo.
Julien Quentin (Gaspard Manesse) interpreta a un adolescente burgués y consentido por su adorable y refinada madre, quien decide enviar junto a su hermano mayor al colegio para jovencitos, San Juan de la cruz, para protegerlos del caos de la guerra que atormenta a Paris.
Los carmelitas del internado acogen a 3 jóvenes judíos, uno de ellos llamado Jean Bonnet (Raphael Fejtö) quien ingresará al curso de Julien y se convertirá en el foco de burlas de sus compañeros, porque resulta un ser extraño que no encaja y se refugia en el silencio para ocultar su verdadera identidad, ya que los niños no saben que es judío. Ese halo de misterio genera una fuerte curiosidad en Julien, sobre todo porque Bonnet resulta un prodigioso para tocar el piano y hábil para las matemáticas.
La pureza fílmica de Malle nos sumerge en un entorno donde los niños, a pesar de las adversidades de la guerra, se las ingenian para hacer más llevadera y jovial la convivencia, como por ejemplo a través de la idílica secuencia, en que los chicos se regocijan viendo el cortometraje de Charles Chaplin, The Immigrant con violín y piano en vivo.
Después de ciertas disputas entre el curioso Julien y el hermético Bonnet, nace una bonita amistad, cuando el primero descubre el lastimoso pasado y la verdadera identidad de Jean, cuyo apellido es Kippelstein.
Una relación que se va desarrollando de una manera espontánea, a través de la complicidad de las miradas, la afición por la lectura, en medio de aterradores bombardeos, donde el miedo es el sentimiento constante en Jean y quien encuentra algo de tranquilidad con Julien.
La banda sonora de la película es exquisita, os sugerimos que la disfrutéis:
Con una sobria puesta en escena, donde prevalecen los colores fríos como el gris, el azul y el negro, el ojo sabio que tenía Malle, nos brinda una historia sobre la aceptación progresiva de las diferencias, la empatía y la conmiseración. Un retrato entrañable en el que se destaca la monocromática fotografía de Renato Berta y el magistral Momento Musical Nº 2 de Franz Schubert.
En la secuencia final, las emociones llegan a su máxima expresión, de lo más misericordioso e íntimo tanto del espectador como del creador y que transcurre en el patio del colegio, cuando la Gestapo ha descubierto que los carmelitas tenían ocultos a tres judíos. Una amistad que se ve coartada por culpa de la inflexibilidad de la xenofobia y la guerra. Hasta el ser más gélido se ve quebrantado en su interior, con la profunda y desgarradora honestidad de Malle, cuya propia voz en off cierra diciendo “han pasado 40 años, pero hasta el día de mi muerte yo recordaré cada segundo de esa mañana de enero”.
Una película que inmortalizó a Louis Malle y muchos de nosotros recordaremos por el resto de nuestras vidas.