El debut cinematográfico del realizador británico Danny Boyle, Shallow Grave (Tumbas al ras de tierra, 1994) nos dejó a algunos con una catártica sensación, cargada de satisfacción.
Por Sandra P Medina
Desde el primer momento en que uno pone los ojos en la pantalla, y aparece ese fondo rojo que se funde con el rostro de un hombre enmarcado por un plano que gira, y una voz en off que habla de lo valiosa que es la amistad, la cámara nos traslada a través de un travelling a las calles de Glasgow, mientras sentimos el vertiginoso recorrido con la eufórica composición de Neil Barnes y Paul Daley (el dueto electrónico Leftfield) nos sentimos contagiados por la adrenalina que nos transportará al egoísta universo de tres amigos que comparten un apartamento en Park Circus.
Estos tres peculiares personajes: el cínico periodista Alex (Ewan McGregor) el cuadriculado contador David (Christopher Eccleston) y la manipuladora doctora Julie (Kerry Fox) están en busca de un “roommate” y no tienen reparo en mofarse de las personas que entrevistan para arrendar el cuarto, lo que nos da una idea de la soberbia y astucia que caracterizan a este trío, hasta que llega un tal Hugo (Keith Allen) a quien deciden aceptar para convivir con ellos, pero este misterioso hombre aparece al día siguiente muerto por una sobredosis de heroína; el inescrupuloso Alex decide inspeccionar la habitación y encuentran debajo de la cama, una maleta llena de billetes.
Este evento genera una serie de cuestionamientos y confrontaciones que evidenciarán el deterioro de lo que es correcto y moral, a causa de la codicia.
Las similitudes con el cine de Hitchcock, pero desde una perspectiva escocesa y contemporánea, como las escaleras en espiral del edificio en Park Circus, la decoración del apartamento de paredes y puertas azules, el teléfono rojo que constantemente timbra, y la recurrente pieza musical del encargado de la banda sonora Simon Boswell con ese sobrecogedor piano que también rememora la obra cinematográfica de Dario Argento, nos sumergen en un Thriller psicológico exquisitamente elaborado, y el meticuloso guion de John Hodge, nos invita con ácido humor a identificarnos con lo más oscuro y perverso de los personajes.
Los sentimientos más básicos y primitivos que son motivados por la maleta llena de dinero, y que salen a flote cuando se debe planear qué hacer para deshacerse de un cadáver sin dejar evidencia. La fotografía a cargo de Brian Tufano, retrata de una manera estupenda esos rojos que se contrastan con las siluetas de los personajes, cuando están cavando la tumba en el bosque y que nos lleva de inmediato a algunas escenas registradas en las películas sobre la guerra de Vietnam.
A pesar de que la película contó con un presupuesto muy limitado, la calidad es impecable, desde el montaje realizado por Masahiro Hirakubo hasta el clímax y punto de giro, que nos permiten experimentar una serie de sensaciones retorcidas y convulsas, y que nos liberan de nuestros más oscuros sentimientos, es por eso que siempre he considerado al cine como el mejor canal terapéutico, que nos permite confrontarnos con nosotros mismos, y con esos demonios que nos atormentan, a través de historias poco convencionales, y que nos ayudan a continuar con nuestra rutina para mantener el equilibrio mental y emocional, y Shallow Grave es el claro ejemplo porque nos brinda una hora y treinta y dos minutos de catarsis para despojarnos de todo ese veneno (que a veces se acumula en nuestro interior) de la manera más magistral y placentera.
Por Sandra P. Medina via CineEscritos
Sandra P. Medina es una periodista enfocada en el análisis cinematográfico, autora del libro Un misterio llamado David Lynch (2018), colaboradora de Cultura Inquieta. La podemos leer en su blog de cine CinEscritos