Cómo decorar tu hogar con los consejos de Edgar Allan Poe
- Última actualización: 17 Agosto 2023
- Estilo de vida
El escritor que nos hizo temblar de terror con su retorcida imaginación, también dejó por escrito sus claras convicciones sobre decoración de interiores en un ensayo.

Poeta, crítico, periodista, escritor y autor de las peores pesadillas de millones de lectores alrededor del mundo. Edgar Allan Poe marcó un antes y un después en la novela gótica por su brillante capacidad para transformar las palabras en sacudidas de horror a cualquiera que se atreviese a adentrarse entre sus páginas.
Pero, además de sus tenebrosos cuentos, el estadounidense dejó por escrito sus preferencias por otra de sus inquietudes: la decoración de interiores. The Philosophy of Furniture, publicado en 1940, es un ensayo en el que el propio Poe presentaba sus teorías sobre las mejores pautas para decorar un hogar, entre las que se encontraba su más que evidente preocupación por “la espiritualidad del perfecto tocador”.
Edgar Allan Poe pasó sus últimos años en una vivienda en Nueva York, la cual sigue las pautas descritas en su ensayo, mientras que el Edgar Allan Poe National Historic Site, situado en Philadelphia, cuenta con una habitación que recrea la Sala de Lectura tal y como se detalla en su escrito.
A diferencia de sus poemas e historias, The Philosophy of Furniture es una joya en la que Poe da rienda suelta a su lado más satírico, en el que usa un tono completamente irónico para hablar del diseño de interiores. En este ensayo, detalla al lector cómo debe ser el perfecto tocador e, incluso, sitúa a un personaje (el propietario) dormido en uno de lo sofás de palisandro de una de las habitaciones.
En este juego, el personaje durmiente es el pretexto perfecto para mostrarnos que la decoración de la habitación es impecable: para que el sueño de este hombre sea placentero y profundo, la habitación debe estar decorada de acuerdo con ciertos parámetros que, como afirma Poe, estaban (y aún están) ausentes en la mayoría de los hogares norteamericanos. Sobra decir que el personaje representa a cada uno de sus lectores.

El escritor comienza diciendo que los europeos son “superiores” en su gusto a la hora de decorar y, en todo el mundo, sólo los yanquis se empeñan en ir contra el sentido común; el único bastión de la aristocracia americana, afirma, son los dólares.
“Incluso ahora está presente ante el ojo de nuestra mente una cámara pequeña y no ostentosa, en cuyas decoraciones no se puede encontrar ningún defecto. El propietario yace dormido en un sofá, el clima es fresco, es cerca de la medianoche: haré un boceto de la habitación antes de que se despierte”, continúa en su ensayo.
En este punto, pasa a describir la habitación: “Es apaisada, de unos 30 pies de largo y 25 de ancho, una forma que ofrece las mejores oportunidades (básicas) para el ajuste de los muebles. Tiene una sola puerta, para nada ancha, en un extremo de la sala, y solo dos ventanas, en el lado contrario. Estas son grandes, llegan hasta el suelo (tienen huecos profundos) y se abren a una terraza italiana. Sus paneles son de vidrio teñido de carmesí, enmarcados en madera de palisandro, más macizos que de costumbre. Están encortinados dentro del nicho, por un grueso tejido plateado adaptado a la forma de la ventana, y colgando holgadamente en pequeños volúmenes”.
Poe comienza entonces a recrearse en detalles como las cortinas, “de una seda carmesí muy rica”, forrada con tejido de plata que se abren y cierran “por medio de una gruesa cuerda de oro que las envuelve holgadamente y se resuelve fácilmente en un nudo; no hay broches u otros dispositivos similares visibles”.
De tonos carmesí y dorados de las cortinas, de acuerdo con el escritor, “determinan el carácter de la habitación”. “La alfombra, de material Sajonia, tiene casi media pulgada de espesor y es del mismo fondo carmesí, realzada simplemente por la apariencia de un cordón dorado (como el que festonea las cortinas) ligeramente elevado sobre la superficie del suelo, y arrojado sobre ella de tal manera que forme una sucesión de curvas cortas e irregulares, una superpuesta ocasionalmente a la otra”.
En cuanto a las paredes, llama la atención que sean de papel pintado… y qué papel: “Las paredes están preparadas con un papel brillante de un tono gris plateado, salpicado de pequeños motivos arabescos de un tono más tenue del carmesí predominante”.
Por suerte, Poe aboga por añadir cuadros, láminas y demás pinturas “aliviar la extensión del papel. Estos son principalmente paisajes de un molde imaginativo, como las grutas de hadas de Stanfield o el lago de Dismal Swamp of Chapman. Hay, sin embargo, tres o cuatro cabezas femeninas, de una belleza etérea, retratos a la manera de Sully. El tono de cada imagen es cálido, pero oscuro”.
Ahora, para los sofás, está difícil encontrarlos en alguna tienda de muebles sueca: “Dos grandes sofás bajos de palisandro y seda carmesí floreada en oro forman los únicos asientos, a excepción de dos ligeros sillones de conversación, también de palisandro”.
La mesa es octogonal, “formada en su totalidad por el más rico mármol con hilos de oro” y que, además, debe estar colocada “cerca de uno de los sofás”. En cuanto a los jarrones, encontramos cuatro, “grandes y hermosos”, “en los que florece una profusión de flores dulces y vivas” a los lados de la habitación.
Para la iluminación, de tremenda relevancia para un escritor, Poe recomienda “una luz suave, o lo que los artistas denominan una luz fría, con sus consiguientes sombras cálidas”, para que haga “maravillas incluso en un apartamento mal amueblado”. Porque para el escritor, “nunca hubo un pensamiento más hermoso que el de la lámpara astral” o la lámpara de Argand.
En definitiva, el escritor nos presenta una habitación perfecta para dar pie a ilusiones ópticas, sombras inquietantes y recovecos que, iluminados por esa tenue luz, podrían crear figuras que bien podrían confundirse con fantasmas.
Nos imaginamos a Edgar Allan Poe sentado en esa mesa perfecta, listo para escribir otra de sus historias de terror. Con este ensayo, cualquiera puede recrear una habitación con las condiciones idóneas para hacer temblar al resto, aunque el talento para lograrlo no está garantizado.
Por María Toro