Cuando el servicio de mensajería llegó al país, las normas sobre qué se podía considerar un paquete estaban tan difusas, que muchos progenitores decidieron jugar con picardía.
Las oficinas del servicio postal estadounidense comenzaron a aceptar paquetes de más de cuatro libras el 1 de enero de 1913. Fue entonces cuando la gente decidió probar los límites de qué podían enviar y qué no por esta nueva forma de transporte: huevos, ladrillos, serpientes… ¿y por qué no mandar a los niños por correo?
Esto es lo que debió pensar una pareja de Ohio cuando aprovechó el nuevo servicio de paquetes estadounidense para hacer una entrega muy especial: su hijo recién nacido. Tras pagar 15 centavos por los sellos y una cantidad desconocida para asegurar al niño por 50 dólares, entregaron al niño al cartero, quien lo dejó en casa de su abuela, a unos pocos metros de distancia.
“Los primeros años del servicio de paquetes fueron un poco caóticos”, recuerda Nancy Pope, comisaria de historia en el Museo Postal Nacional del país. “Había diferentes ciudades haciendo diferentes cosas, dependiendo de cómo su cartero interpretara las regulaciones”.
De hecho, Pope ha encontrado hasta siete ejemplos de personas que enviaron niños entre 1913 y 1915, comenzando con el bebé en Ohio. Parte de este inusual servicio se explica por el ahorro: para largas distancias, era más barato enviar a un niño por correos que comprarle un billete de tren.
También hay que tener en cuenta que quienes enviaban a sus hijos no los entregaban a un extraño, ya que en las zonas rurales muchas familias conocían bien a su cartero.
Las fotografías que encontramos en la red de trabajadores postales cargando bebés en sus sacos de correo son en realidad fotos montadas, tomadas como una broma en aquella época.
Otro caso muy curioso es el de May Pierstorff, cuyos padres la enviaron a la casa de sus abuelos a 73 millas de distancia en febrero de 1914. El cartero cargó con ella en tren tras el abono por parte de la familia de 53 centavos por los sellos que pusieron en el abrigo de su hija de casi seis años. Sin embargo, después de que el director general de correos, Albert S. Burleson, se enterara de este incidente, prohibió oficialmente a los trabajadores postales aceptar humanos como correo.
Aun así, la nueva regulación no detuvo de inmediato a las personas de enviar a sus hijos por correo. Un año después, una mujer envió a su hija de seis años desde su casa en Florida a la casa de su padre en Virginia. Con 720 millas, fue el viaje postal más largo de cualquiera de los niños que Pope ha identificado y costó 15 centavos.
En agosto de 1915, la niña de tres años Maud Smith hizo lo que parece ser el último viaje de un niño por correo en EE. UU., cuando sus abuelos la enviaron 40 millas a través de Kentucky para visitar a su madre enferma. Después de que los medios de comunicación se hicieran eco de la historia, el superintendente John Clark de la división de Correo Ferroviario de Cincinnati investigó al cartero que había permitido que un niño estuviera en un tren de correo cuando eso estaba explícitamente en contra de las regulaciones.