Se ha dicho que el budismo es una religión de la sabiduría, y esta aseveración no está equivocada.
Pero el budismo es múltiple y una de sus manifestaciones más importantes, el mahayana, se basa no sólo en la sabiduría y en los procesos mentales introspectivos sino en la compasión. La compasión es entendida como el método por excelencia para desarrollar un desapego a la identidad personal y generar el mérito necesario para alcanzar la sabiduría que libera del sufrimiento.
Más aún, la compasión llega a ser entendida como una energía que existe en el universo y su accionar en el individuo como una resonancia con esa energía, con esa realidad fundamental que carece de un sí mismo. Se dice que la compasión es la energía de la vacuidad (y la vacuidad es identificada con la sabiduría). En otras palabras, la compasión es la actividad natural de la sabiduría. Compasión y sabiduría son las dos alas del ave que vuela hacia la realidad última. Sin duda, podemos decir que el budismo es también una religión de la compasión.
El cristianismo, por más que actualmente tenga una mala imagen, es por excelencia la religión de la compasión. Se pueden decir muchas cosas de la Iglesia y de las diferentes sectas cristianas, pero no se puede negar que el cristianismo se basa en la máxima de "ama al prójimo como te amas a ti mismo", y que esta frase difícilmente se encontraba en el mundo antiguo, acaso sólo, expresada de otra forma (quizá menos explícita), en el budismo.
Numerosos autores coinciden en que esta es la enseñanza más importante del cristianismo. Es también la más difícil, pero en su sencillez abarca la totalidad del camino cristiano. Si uno fuera a poner en práctica realmente esta frase es difícil decir qué sucedería, pero posiblemente el dogma se haría verdad. La divinidad se haría presente, real, en el amor. Por supuesto, son muy pocas las personas que la han tomado totalmente en serio.
Kierkegaard, en su monumental Las obras del amor, le dedica una larga meditación a esta frase. El filósofo danés sostiene que la forma más alta del amor, a saber, la forma auténtica del amor, es el amor sin preferencia, el amor al prójimo, y no sólo el amor erótico o el amor a una persona que nos parece especial, ya sea porque sentimos deseo erótico o porque tenemos una relación filial. Según él, el amor al prójimo es la vía a la eternidad:
No ves que la muerte erradica toda disimilitud, y la preferencia siempre está ligada a la disimilitud: y sin embargo el sendero hacia la vida y hacia lo eterno pasa a través de la muerte y a través de la erradicación de la disimilitud –por ello sólo el amor al prójimo realmente lleva a la vida. [...] Dios es amor y sólo podemos ser como Dios amando, de la misma manera que, según las palabras del apóstol, sólo podemos ser colaboradores en el amor. En tanto que amas al amado, no eres como Dios, porque para Dios no hay preferencia.
Es importante que Kierkegaard enfatiza la noción de un amor sin preferencia, imparcial, lo cual hace eco de la importante noción budista de la ecuanimidad o imparcialidad. El budismo señaló tempranamente cuatro actitudes divinas: el amor bondadoso, la compasión, la alegría empática y la ecuanimidad. Las tres primeras son en realidad modos de amor o compasión: ya sea alegrarse por la dicha de los demás o intentar ayudarlos puesto que sufren.
La última es en cierta forma la más importante y es la que liga a las otras tres con la sabiduría. Por ello, en el budismo la ecuanimidad (upeksha) es considerada como el estado más elevado de un practicante. Nos habla de una imparcialidad ante las sensaciones de placer o dolor, trascendiendo los deseos mundanos, pero también nos habla de una imparcialidad ante el sufrimiento de los demás. No se busca ayudar solamente a quien está lejos o a quien está cerca. Una manera de explicarlo sería con la frase cristiana: se ama al prójimo de la misma manera que a uno mismo.
Otro ejemplo rutilante de este amor imparcial o compasión ecuánime lo encontramos en Simone Weil, quien como uno de esos bodhisattvas que ofrecen su cuerpo por el sufrimiento de los demás, o como Cristo en la cruz, realmente murió de compasión. Más allá de su biografía, Weil desarrolló una teoría de la compasión ligada a la atención, una práctica contemplativa indivisible de una actitud ética.
La capacidad de prestar atención a un desdichado es una cosa muy rara, muy difícil; es casi –o sin casi– un milagro. Casi todos los que creen tener esta capacidad en realidad no la tienen. El ardor, el impulso del corazón, la piedad no son suficientes...
La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en ser capaz de preguntar: "¿Cuál es tu tormento?". Es saber que el desdichado existe, no como una unidad más en una serie, no como ejemplar de una categoría social que porta la etiqueta "desdichados", sino como ser humano, semejante en todo a nosotros, que fue un día golpeado y marcado con la marca inimitable de la desdicha. Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle la mirada.
[...] Esa mirada es, ante todo, atenta, una mirada en la que el alma se vacía de todo contenido propio para recibir al ser al que se está mirando tal cual es, en toda su verdad. Sólo es capaz de ello quien es capaz de atención.
(A la espera de Dios)
Este es uno de los pasajes más importantes de la obra de Weil. La filósofa liga también la compasión –o el amor– con el conocimiento más alto, con la atención pura, la cual está vacía de sí misma.
De hecho, podemos hablar de un proceso espiritual –una especie de yoga o alquimia– basado en la atención que se dirige al otro, vacía de sí mismo, y sostiene su sufrimiento, sin imaginar y sin interpretar, aceptándola desnudamente. Cuando esto ocurre, la persona de alguna manera se une a Dios, está siendo como Cristo en la cruz. Hay una "descreación" del yo y a la par una recreación de la divinidad original que es la totalidad real del universo.
Por último queda considerar con mayor profundidad la noción de la compasión en el budismo y por qué es entendida como un método hacia la iluminación, como un proceso alquímico. El budismo mahayana hace una serie de analogías entre la compasión y la mente del despertar o bodhicitta, mismas que luego serían desarrolladas aún más por la escuela tántrica.
El texto clásico sobre el bodhicitta es el Bodhicaryavatara de Shantideva. En la introducción a la traducción inglesa del texto se hace una interesante correlación entre el aspecto de compasión y el aspecto de sabiduría que componen la esencia del bodhicitta. En la tradición mahayana, la sabiduría es fundamentalmente la comprensión de la vacuidad, o la ausencia inherente de existencia (la ausencia de un ego sólido, la ausencia de un mundo físico independiente de la mente, etc.). Esta comprensión de la vacuidad, como Shantideva revela, está ligada estrechamente a la compasión: "La verdadera comprensión de la vacuidad es imposible sin la práctica de la compasión perfecta, mientras que ninguna compasión puede ser perfecta sin la sabiduría de la vacuidad".
Shantideva explica que es la bodhicitta lo que permite contrarrestar el mal que caracteriza al samsara, el plano en el que, debido a la ignorancia, se perpetúa el sufrimiento, la enfermedad, el nacimiento, la muerte… "Ponderando por múltiples eones, los grandes sabios notaron sus beneficios, por los cuales innumerables multitudes son llevadas con suavidad a la alegría suprema". Podemos imaginar cómo durante siglos la "observación de campo" de la ciencia contemplativa budista fue apilando evidencia de que el cultivo de la bodhicitta iba transformando a las personas para bien, como una medicina universal. La bodhicitta trabaja en el cuerpo como una sustancia alquímica. Al respecto, dice Shantideva:
Como la suprema sustancia de los alquimistas,
toma nuestra carne impura y hace de ella
el cuerpo del Buda, una joya suprema.
Así es la bodhicitta, en ella encuentra tu morada.
Desde la perspectiva del mahayana, la bodhicitta actúa fundamentalmente como un modo de acumulación de mérito o, lo que es lo mismo, un fuerza de purificación del karma y, al mismo tiempo y por ende, de la purificación de la mente. La compasión hace que el corazón se vuelva suave y quieto, y de esta forma se puede percibir la realidad sin obstáculos. La bodhicitta es algo así como la piedra filosofal de la mente.
La acción alquímica de la bodhicitta puede entenderse también desde el budismo tántrico, donde, grosso modo, se explica que el ser humano tiene una anatomía sutil, un cuerpo de energía que puede ser el vehículo del despertar. Se considera que el ser humano cuenta con tres canales principales por los que fluye la energía (o aliento vital). Un canal masculino, de esencia blanca, ligado a la compasión o el método (upaya), y otro canal femenino, de esencia roja, ligado a la sabiduría (prajna). Este es también el simbolismo de las imágenes de los budas y bodhisattvas con sus consortes. La alquimia ocurre cuando las dos gotas esenciales se unen, el método de la compasión y la sabiduría de la vacuidad, y confluyen en el canal central, derritiendo las obstrucciones y secretando el elixir (amrita) que derrama su energía despierta sobre el cáliz del corazón.
Un adagio conocido de la alquimia señala que la vocación de todos los metales es el oro, o dicho de otra manera, que el destino de todas las cosas es la perfección. De la misma manera, algunas escuelas dentro del budismo mahayana señalan que la vocación y la realidad prístina de todos los seres es la budeidad. En cierto sentido ambas tradiciones enseñan que, actuando en consonancia con la naturaleza, se alcanza un estado de libertad espiritual y plenitud. La manera de actuar en consonancia con la naturaleza en su sentido más alto es la compasión.
Como dice Simone Weil:
Nuestro amor debe tener la misma extensión a través del espacio y la misma igualdad en todas sus partes que tiene la luz del sol.
[...] Asociar el ritmo de la vida del cuerpo con el ritmo del mundo.
Gracias a Pijama Surf