¿Cuántas veces hemos pensado dejarlo todo y huir del ruido? ¿En cuántas ocasiones hemos soñado con llenar las maletas de nada por hacer?
Vivimos en tiempos en los que quizá sería importante redefinir qué es lo necesario y qué es la auténtica riqueza, o aquello que nos permite florecer como individuos. En la cuarentena y sobre todo en el futuro, con una incipiente crisis climática, puede resultar más importante para la salud y el bienestar vivir en un lugar donde uno pueda crecer verduras o frutas y convivir con la naturaleza, un espacio en el que uno pueda ser independiente del capitalismo global y en el que pueda crecer una familia relativamente libre del estrés colectivo que será cada vez más parte de la vida urbana
Puede llegar el tiempo –y quizá siempre es así– en el que será preferible tener un jardín y un huerto y una familia, a tener autos y casas y cuentas de banco. Al mismo tiempo, el ser humano es también un animal cultural y muchos de nosotros requerimos para ser felices del estímulo del pensamiento que proveen la literatura, la filosofía, la ciencia, etc.
La solución fue esbozada por Cicerón: "Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas". Estrictamente un jardín y una biblioteca no son necesarios para vivir, pero de todo lo que excede lo esencial para sobrevivir esto es lo primero, aquello justamente que permite no sólo sobrevivir sino florecer, cultivar el espíritu, transitar tiempos difíciles con una especie de recinto invulnerable a la contingencia donde siempre se puede encontrar un respiro.
Al mismo tiempo, un jardín y una biblioteca, no son cosas demasiado difíciles de conseguir, no son necesariamente algo que sólo los "privilegiados" pueden conseguir, si bien evidentemente la desigualdad hoy en el mundo hace que muchas personas no puedan darse ese lujo sin hacer un importante esfuerzo.
Sin embargo, esta meta, mucho más digna y plausible que ser millonario o ser famoso -los deseos que contaminan las mentes de las masas-, es algo que cualquiera puede proponerse y con un poco de fortuna conseguir.
Un jardín y una biblioteca son formas humildes de hacer de la vida algo exquisito. No por nada Borges entendió que de una manera misteriosa la biblioteca y el paraíso eran idénticos, dos formas de encontrar en la tierra una especie de plenitud estética suprema, de hacer que el universo entero se vuelva nuestro hábitat.
Aunque este tipo de jardín, en el que el cosmos entero se hace presente, requiere de un jardinero extraordinario. Como escribió Herman Hesse: "Cualquiera puede crear un hermoso y pequeño jardín de bambúes. Pero dudo que el jardinero sea capaz de incorporar al mundo en su jardín de bambúes." ¿Acaso no es esta la tarea del artista, incorporar al mundo a su jardín?
Por último, cabe recalcar, desde una filosofía de los jardines, que el jardín es el símbolo viviente del conocimiento, de tenerlo (sin tener un concepto de él) de desearlo, saborearlo, perderlo, recobrarlo, aplicarlo, etc. Es el lugar en el que ser humano encuentra una dimensión estética idéntica a la ética, es decir, donde la belleza se revela como morada.
Y se descubre que al cultivar uno se cultiva a sí mismo, que la cultura y la naturaleza no están nunca en conflicto. Una cultura que hoy más que nunca nos llama urgentemente hacia la relación de reciprocidad entre el arte y la naturaleza.
Puro arte sin naturaleza es el extremo de un mundo meramente tecnológico, a través del cual el ser humano se separa de los ritmos de la naturaleza y del cultivo de otro ritmo de pensamiento (el ritmo lento de quien espera en un jardín sin esperar algo en específico). Por otro lado, pura naturaleza sin arte es eliminar el aspecto de creatividad e incluso de gentileza y generosidad humana.
Gracias a Pijama Surf