Patricia Fernández Martín ejerce como psicóloga en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid. Suyo es el siguiente artículo de opinión, con una visión sociológica sobre escenario deseable de un mundo post-coronavirus.
Dejando constancia mi absoluto respeto hacia los colectivos más afectados por el coronavirus y a los que esta pandemia ha impactado más (los pacientes COVID, sus familiares, los profesionales sanitarios; y las personas a las que arrastra hacia una situación económica incierta) y para los que el nuevo mundo, tendrá inevitablemente un significado distinto; voy a reflexionar sobre cómo imagino el mundo post-coronavirus a nivel global, o más bien lo que pronostico que sería “deseable que sucediera”, teniendo en cuenta mi experiencia como psicóloga clínica.
Imagino una sociedad post-coronavirus, donde se ponga fin al mal uso de las redes sociales, y a sus mensajes vacíos que tanto estrés generan, y a través de las cuales las personas retratan en su “yo digital” una vida idílica, que dista mucho de serlo, en realidad. En los debates televisivos y en el debate público, necesitamos escuchar a personas con fundamentos, que generen admiración y fascinen; del mismo modo que necesitamos que el éxito social se deje de vincular con el dinero y con la fama, y se vincule al esfuerzo. Vivíamos sin referentes sociales; y sin verdaderos líderes.
En la antigüedad, se cultivaba la figura del maestro, del mentor. En esta nueva era, acudamos a que nos orienten, si “nos atascamos” en nuestros proyectos vitales o profesionales. Si nuestro sufrimiento psíquico se incrementara y nos impidiese funcionar de una manera adecuada, pidamos ayuda a un profesional de la salud mental, sin que nos de vergüenza. Todos tenemos necesidad de sentirnos escuchados sin juicios de valor. Hablar cuando alguien te consuela, te sirve para purgarte, legitimar tu experiencia, limpiarte y mantenerte a flote. Venimos de una sociedad donde se priorizaba el exceso del bienestar, ocultando el malestar de una forma perversa.
Muchas personas llevaban sin reconocerlo, una vida acelerada, estresante, rodeados de mensajes y de estímulos, incitando al consumo y a la acumulación; y al trabajo desmesurado. Pero era una felicidad ficticia, ya que un colectivo amplio se sentía vacío de existencia y la soledad ya emergía como un problema de salud, de extremada envergadura. Que este autoconocimiento, cultivado en el confinamiento no termine aquí, y perdure, para que sigamos anteponiendo nuestras necesidades a las que la sociedad nos impone, sin ser excesivamente autoexigentes.
Este virus ha supuesto un reto para flexibilizar nuestras creencias y nuestra mentalidad. Tratemos de promover la mentalidad de crecimiento, ya que es crucial para el mundo actual, en proceso de cambio continuo. En su ensayo de 1953 El erizo y el zorro el filósofo Isaiah Berlin, divide al mundo en dos categorías: los erizos y los zorros. Toca ser zorro y estar abierto a los cambios.
No tengamos miedo a sentirnos vulnerables. Que seamos conscientes de que un virus pueda paralizar nuestra vida, nos hace sentir miedo y vivir angustiados; pero esta sensación, si la gestionamos bien, nos hará menos prepotentes y menos frágiles. Vivíamos en la negación, en el exceso de confianza. Deseo un mundo, donde se priorice el cuidado de nuestra salud y la inversión de tiempo en el autocuidado personal, y donde se refuercen los recursos públicos para garantizarla.
En esta nueva realidad de paseos sin rumbo, abocados a la reflexión interior…ojalá se mantengan las horas de lectura y de consumo de horas de cine que tanto nos han entretenido. Imagino un mundo que no consuma la nueva serie de Netflix porque toca, sino que haya libertad para sentirte un extraño entre “las modas”, por ejemplo, consumiendo cine clásico, lleno de obras maestras, donde el tiempo se detiene y el poder de la fotografía te invade y hace que se te encoja el alma y te transformes por dentro.
Los vecinos se han convertido en personas de confianza; y su compañía y su amabilidad han ayudado a disminuir sentimientos de soledad, sobre todo en las ciudades grandes. Es hora de que la España vacía, como la denomina Sergio del Molino, dé lecciones de civismo a la España enjaulada, y que el recuerdo de los aplausos de las 20h permanezca para siempre en nuestra memoria común, la memoria de la polis.
En las relaciones sociales, se pecaba de la necesidad de validarse constantemente; buscando la autoafirmación. Es momento de elegir aliados, no jueces, compartiendo la verdadera intimidad no con cualquiera, sino con aquel que te hace sentir cómodo sin que sea necesario enseñar un retrato superficial de ti mismo. Los verdaderos amigos son los que se alegran de tus éxitos, pero también te acompañan y saben escuchar tus angustias y tus fracasos.
Tenemos la obligación de conservar el planeta con nuestras acciones porque nos hemos equivocado al maltratarlo. La naturaleza nos ha devuelto lo que le hemos inflingido, y tenemos el deber moral de recuperar una sana relación con ella. Ya volveremos a viajar… pero con más respeto. Como dice Paco Nadal, “viajar te hace sentir vivo”. Cuando volvamos a movernos por países y ciudades, experimentaremos la sensación de hermandad, al haber superado juntos un virus, que no ha entendido de fronteras, clases sociales ni razas. Esa es la verdadera globalidad, la que aumenta nuestra “conciencia de especie”; sin el grupo, no habremos podido hacer frente a esto. Tratemos de buscar puntos comunes que nos ayuden a reconstruirnos como individuos y como sociedad.
En definitiva, aunque la nueva normalidad nos asuste, podremos sentirnos más autosuficientes si conseguimos como dice, José Múgica “convivir mejor con nosotros mismos, porque el verdadero enemigo somos nosotros”. De eso trata la psicología, de ayudarnos a soportar mejor nuestras angustias. No tengamos prisa, evitamos compensar el sacrificio del confinamiento de una manera alocada. Es momento de ser pacientes. Con cada esfuerzo individual, superaremos el trauma colectivo.