"Hola, me llamo Martín. Ya sé que esta no es una manera seria de comenzar un artículo pero es que yo no soy un escritor, así que he decidido que el comienzo de este texto sea, al menos, cordial".
Me dedico desde hace 25 años de forma profesional a la música y, además en ese tiempo, he sido (y soy) un intrépido. He hecho casi de todo en el sector.
He sido compositor, arreglista, productor, he girado por todo el mundo con artistas y con diferentes instrumentos, he tenido una banda y he tenido trabajadores a mi cargo, he tenido un sello discográfico, he sido pinchadiscos, hasta en ocasiones he hecho funciones de booker.
Quizá por eso de tener una opinión contrastada y por que le hace gracia mi tono prosaico, Cultura Inquieta ha tenido a bien invitarme a reflexionar brevemente sobre unos pocos aspectos de la situación laboral en la música actualmente. Algo así sencillito, vamos allá.
Hace algunos días una banda llamada The Limboos hizo un comunicado en redes sociales que se hizo relativamente viral. En resumen, exponían cómo ese mismo día se habían planteado cancelar unos conciertos que tenían a dos días vista porque los números no daban. Con valentía y responsabilidad los hicieron, y palmaron pasta.
Puedo dar fe de ello porque toco con ellos. En este caso yo soy uno de esos sueldos que tienen que cubrir siempre, les vaya bien o les vaya mal. Cabe destacar que el comunicado (con su relativa viralidad) no cambió ni un ápice la afluencia a esos dos conciertos, seguimos creyendo que podemos cambiar el mundo desde nuestro sofá con un corazoncito en las redes.
En fin, esos conciertos están dentro de una gira de unas 15 fechas organizadas por su agencia de management. Todos estos directos son “conciertos a riesgo”, así es como se les llama a los bolos en los que no hay asegurado un sueldo fijo, sino que, en el mejor de los casos, lo que se venda en tickets será lo que la banda reciba. Digo en el mejor de los casos porque en estos tiempos ya casi ninguna sala cede el 100% de la taquilla sin antes pedir un dinero en concepto de alquiler de sala.
Me resulta difícil hablar de esto porque creo firmemente que las salas de conciertos son un pilar fundamental de la cultura, así de rotundo; un pilar en una industria revitalizada a base de streamings, followers, likes, Inteligencia Artificial, curators y fotos de Instagram.
En un garito es donde un grupo que empieza puede mostrar los temas en los que ha puesto su energía y pasión, o donde un grupo consolidado puede mostrar las canciones de su nuevo álbum y tener una comunión directa con la audiencia.
Es también un sitio donde el público puede disfrutar de música original hecha en directo por un precio más que justo. La industria de la música en vivo en un ecosistema muy frágil, una pequeña decisión de una de las partes puede afectar notablemente a otras.
Si bien es cierto que en todas las partes de la industria de la música en vivo hay cierta precariedad, no me cabe la menor duda de que los que la sufren de una manera más acuciante son los músicos.
Es triste porque es un chantaje directo a la pasión del músico. Vas a venir en estas condiciones porque te gusta lo que haces y si no vienes tú, ya vendrá otro. Está condensado muy a lo bruto pero es que el texto tiene unos límites, amigos.
Ni mucho menos estoy diciendo que las salas sean los malos de la película. Las hay, como pasa con los artistas, que arriesgan más y juegan al límite para seguir programando. Conozco a verdaderos héroes regentando y programando en salas, a los cuales les mueve lo mismo que a muchos músicos: su pasión por la música.
Hay muchas formas de disfrutar de la música, algunas requieren más reflexión y otras son más directas. En su medida me gustan todas, igual que en el cine disfruto una peli de Haneke y en un momento determinado puedo gozar enormemente viendo Jungla de cristal 3.
Hoy en día, en torno a la música, hay dos expresiones que cobran relevancia y me aterrorizan por igual: “Vivir la experiencia” y “consumir música”. En nuestro país ya tenemos el dudoso honor de auspiciar una cantidad inenarrable de festivales.
De los cientos de festivales que existen en España, los grandes de nombres estos macro eventos los forman una lista muy corta de grupos, incluso carteles de diferentes festivales parecen fotocopias.
Al margen de los poderes que subyacen, de los favores de ida y vuelta y de los tratos que se cierran en un baño... ¿Creéis que de verdad lo que mueve al público a ver un festival repetido siete veces es la música? Yo creo que no. Van a vivir la experiencia, a cantar un estribillo en comunidad y sentir que forman parte de algo más grande. Ya de paso si me echo la foto en la noria, igual recolecto unos cuantos likes en mi red de cabecera.
En ese recinto todo el mundo aspira al éxito, en mayor o menor medida.
Desde el guitarrista con el pie en el monitor, hasta el fan que busca repercusión en su comunidad subiendo un vídeo con una definición fecal. Muchas bandas buscan descaradamente el estribillo festivalero, algunas incluso se copian unas a otras descaradamente con el único objetivo de medrar.
Si existiese un antónimo de la palabra música sería competición, son polos opuestos y absolutamente excluyentes. Por eso es imprescindible preservar y fomentar el tejido de la música independiente y no, no me refiero a lo que aquí llamamos indie, que en España ya es un género en sí mismo, me refiero a la música hecha única y exclusivamente con fines artísticos.
La forma más directa y efectiva de hacerlo es ir a salas de conciertos y ver a a bandas sudar, comprar su disco y, si te ha gustado mucho y tienes la oportunidad, ten una palabra amable con alguno de los músicos.
Os he estado hablando de la relación directa entre público y artista, evidentemente hay muchas más partes implicadas. Es cierto que cada vez cobran más relevancia las redes y pierden poder los medios de comunicación clásicos, aunque la radio sigue teniendo un relativo impacto en la sociedad.
Me da la impresión de que, en los últimos años, se ha estado viviendo una cierta dictadura de la felicidad. Todo es un reflejo de las redes sociales. Todas las entrevistas que escucho o leo parecen de bandas que viven en El show de Truman: todas están felices, encantadas de estar allí y de la increíble respuesta que está teniendo su lo que sea, ¡felicidad extrema! ¿Qué miedo, no?
Me da la impresión de que, a veces, los locutores son las verdaderas estrellas, más aún que los artistas. De una forma elegante te ofrecen su anillo para que le muestres pleitesía. Y lo peor de todo es que el rockero hinca la rodilla en el suelo con una sonrisa Profident.
Si por algo se ha caracterizado el rock es por ser contestatario, irreverente. Cada vez veo menos controversia en el rock y menos búsqueda de belleza en el pop, por ejemplo. Si hubiera unos premios de la música, el galardón debería ser un like de hojalata.
Creo que es necesario dar más cabida a propuestas que se salgan de la norma y más aún en la radio pública, aunque sólo sea por una cuestión de equidad.
Vuelvo a la figura del músico como artesano porque es algo que creo importante. No sabéis la cantidad de horas de estudio que hay que emplear para ser un músico profesional, y no es como cualquier carrera, es una de esas que no acaban jamás, has de seguir una disciplina incesante.
Hace falta mucho tiempo, delicadeza, precisión y valentía para hacer una canción y exponerte a la crítica sin alambrada que te proteja del tomatazo. Hace falta ensayar mucho para que una banda suene “junta”. Hace falta invertir decenas de miles de euros en tu equipo y en grabar tu música y hacer copias. Luego hay que meterse en la carretera, con lo que ello conlleva.
Si para ti eso no vale 15 o 20 euros no me interesa tenerte en un concierto mío, tienes razón, estás mejor viendo la serie de Netflix, absolutamente en tu elemento.
Hace dos años estaba girando con la banda donde compongo y produzco (The Betrayers) y nos tocó volver de Valladolid después de tocar porque no salían los números para un mísero hostal. Yo volvía con un compañero en un coche y a 70 kilómetros de Madrid nos embistió un tipo con un coche robado a casi 200 km/h. Casi no lo contamos.
Muchas días ingresados y más de un año de rehabilitación. Además tuvimos que cancelar la gira de la que comíamos unos cuantos. Y ahí era yo (junto con otros tres) los que teníamos la responsabilidad de cubrir sueldos. Si no toco no ingreso dinero, es así de fácil. Además de los traumas físicos me arruiné por completo, después de llevar 20 años trabajando.
Os pongo mi ejemplo porque evidentemente es el que mejor conozco. Sé que hay muchos músicos con un compromiso enorme y un sacrificio mayor aún, y lo único que quieren es que se les trate con el mismo respeto que el que le dais al fontanero cuando va a vuestra casa. Mínima dignidad laboral.
Y hablando de dignidad, os voy a contar algo que seguro que tiene que ver con más del 90% de los que leéis esto. ¿Cuántos de vosotros usáis Spotify? Esta banda que os he comentado antes en la que compongo es una banda absolutamente independiente en forma y fondo, pero con mucho esfuerzo hemos conseguido unos tres millones de reproducciones.
Lo que Spotify paga por esas reproducciones no da para pagar el alquiler de una casa media cuatro meses. Hay plataformas que tienen más dignidad con los creadores del contenido. ¡Ah! Sí, puede que estés pensando en decirme "pues no subas tu música a Spotify", y no te falta razón, pero es que hay muchas cosas que no me gustan y tengo que hacer, como tú cuando compras la botella de aceite a 11 pavos en el súper.
No mucho más que decir, casi os suplico que vayáis a ver bandas a las salas, no por mi propio beneficio, que también, sino porque creo que pensar diferente es bueno para el espíritu, la opinión crítica es necesaria para crecer como individuos y como comunidad.
Aunque sea un poco punki expresándome, en el fondo soy un romántico. Siempre he creído en la música como una fuerza, como si fuera la puta gravedad, no como un producto de consumo.
Un artículo por Martín García Duque