Continuamos con nuestros paseos de ensueño por el país europeo. En esta ocasión, viajamos a su pasado de cuento y recreamos la vida de época en sus espectaculares palacios y castillos.
¿Quién no ha soñado alguna vez con poder experimentar una vida de cuento, formar parte de la nobleza y vivir en un castillo o en un palacio, recorrer sus estancias, dormir en la alcoba real o pasear por sus cuidados jardines?
Buscando esas sensaciones, desde Cultura Inquieta os invitamos a sentiros verdaderos aristócratas adentrándoos con nosotros en los castillos y palacios más destacados de Hungría en un recorrido que repasa el lujoso pasado del país recorriendo enclaves de cuento, como los palacios de Festetics, de Gresham, de Grassalkovich-Gödöllö, Postapalota y el castillo Nádasdladány (Castillo Nádasdy).
No se puede hablar de aristocracia húngara sin hacer referencia a la familia Festetics, una de las más importantes del país cuyos miembros fueron esenciales en el desarrollo de la vida económica, política, científica y cultural de Hungría.
Por eso, no es de extrañar que nuestra primera parada en este recorrido de cuento sea el Palacio de Festetics: el perfecto ejemplo de cómo era la vida educativa y cultural de los aristócratas húngaros en el siglo XVIII.
Situado en la ciudad de Keszthely, en el condado de Zala, este palacio tardó en construirse más de un siglo y su tamaño terminó triplicándose con respecto a los planos iniciales. Erigido sobre los cimientos de un castillo en ruinas, Kristóf Festetics inició las obras en 1745, muy cerca del lago Balaton, y a principios del siglo XIX, hasta otros cuatro arquitectos retomaron las obras para crear una de las mayores casas de campo de toda Hungría.
Merece la pena detenerse a admirar el impresionante castillo, no solo por sus faraónicas dimensiones, sino por su singular belleza, en la que se respira el lujo. Con 101 habitaciones, un teatro, un centro de reuniones y la biblioteca aristocrática más grande de Europa, el lugar está rodeado por un parque natural de influencias francés e inglés, de 42 hectáreas de extensión.
Paseamos por su jardín, lleno de sorpresas, entrando en una casa de palmeras y admirando una amplia variedad de plantas exóticas, mientras nos deleitamos con su estanque, su parque de aves y su acuario, para terminar imaginándonos subidos a uno de estos carruajes recorriendo el palacio unos cuantos siglos atrás.
Pero nuestro enclave favorito es la biblioteca Helikon. Perteneciente a György Festetics, entre sus casi 80.000 libros se pueden encontrar verdaderas rarezas literarias, todo un culto a las letras donde se celebraban las festividades Helikon, con los escritores y poetas más destacados del país como principales invitados.
Nos despedimos del bello enclave de Keszthely y nos dirigimos a Budapest para nuestra siguiente parada: el Palacio de Gresham. Cualquier turista que haya paseado por las mágicas calles de la capital ha alzado la vista casi de forma inconsciente para admirar este edificio, que presume de ser una obra maestra del art nouveau húngara.
En la actualidad, el Palacio de Gresham es el lujoso hotel Four Seasons de la capital, pero este lugar ha pasado por muchas fases antes de convertirse en el palacio con la suite imperial más cara de toda la ciudad. De hecho, su construcción comenzó en los primeros años del siglo XIX y, por aquel entonces, se conocía como Palacio Nákó, propiedad de una rica familia de mercaderes griega.
En 1880, la compañía de seguros londinense Gresham Life se hizo con el edificio para alquilarlo y, más tarde, renovarlo. En 1906 se inauguró lo que hoy conocemos como el majestuoso Palacio de Gresham y en el que residían figuras pudientes como banqueros, comerciantes, médicos y abogados, que disfrutaban de un estilo de vida de lo más aristocrático.
El Palacio fue nacionalizado tras la Segunda Guerra Mundial y sus habitaciones reemplazadas por apartamentos, pero en 2004, el hotel Four Seasons Gresham Palace abrió sus puertas, las mismas que ahora cruzamos para adentrarnos en el lujo más exquisito.
A orillas del Danubio nos sentimos como auténticos nobles mientras recorremos sus pasillos decorados con fabulosas esculturas, impresionantes ventanas de vidrio y mosaicos elaborados accesorios de hierro forjado y hermosos azulejos de cerámica vidriada, fabricados en la mundialmente famosa fábrica de Zsolnay.
Qué mejor plan que alojarse en una de sus 179 habitaciones o, por qué no soñar con un verdadero cuento en una de sus dos suites presidenciales y salir a su enorme balcón para deleitarse con la impresionante vista del Danubio y de todo el lado de Buda de la capital.
Nuestra tercera parada está a tan solo 30 kilómetros de la capital: el de Grassalkovich-Gödöllö, el palacio barroco más grande de Hungría. Aquí respiramos el aire puro y recordamos la lujosa vida rural de quienes podían dedicarse a la vida contemplativa rodeados de la naturaleza más pura y nostálgica.
Llegamos a la montaña, sobre la que se impone el palacio construido en 1735 por el confidente de María Teresa, el Conde Antal Grassalkovich I. Sus aires de grandeza se respiran con tan solo detenerse frente a frente ante su fachada y sus impresionantes dimensiones se extienden como en un abrazo aristócrata que nos hace sentir pequeños.
Tras varios propietarios, en 1867 el estado húngaro compró el palacio y, tras renovarlo, se lo regaló a Francisco José I y la Reina Isabel, para quienes se convirtió en su lugar de descanso rural favorito. De hecho, se cuenta que, para complacer a la emperatriz Sisi, antes de su llegada, los jardineros del palacio siempre plantaban violetas y pensamientos frente a su suite, sus flores favoritas.
Viajamos al pasado y nos ponemos en la piel de la emperatriz Sissi y nos vemos recorriendo su patio interior, el salón de ceremonias, entreteniéndonos en el teatro barroco de su interior y descansando en las suites reales. Para pasar el rato y llenarnos de inspiración, nos desplazamos al granero, al desván de heno, olemos los naranjos del invernadero y encontramos la paz en su iglesia.
Con la opulencia de palacio, nos desplazamos hasta el Castillo Nádasdladány (Castillo Nádasdy), una rareza neogótica húngara de estilo Tudor y que, como no podía ser de otra manera y para continuar con la fantasía romántica, se erigió como un monumento al amor del conde Ferenc Nádasdy y la condesa Ilona Zichy.
Este es el ejemplo de lo que se nos viene a la mente cuando pensamos en un castillo de cuento, con lámparas de araña de hierro y muebles de madera tallada. Su atractivo arquetípico han convertido en el castillo el enclave de producciones como la serie Underworld, para la que se construyó una gran puerta de hierro que nos da la bienvenida, y la serie de los Borgia, a la que el edifico debe la tapicería del mobiliario y las cortinas del gran salón que luce actualmente.
Su estilo romántico se lo debemos a István Linzbauer, quien construyó el edificio siguiendo las directrices de la la familia Nádasdy, originaria de Inglaterra y que residió en el Castillo Nádasdladány hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
La magia continúa en la Sala de los Antepasados, en la que se muestran los retratos de la gran familia y la convierten en, quizás, una de las galerías más antiguas y bellas de Hungría. Aprovechamos para continuar con un paseo por el parque de sus alrededores, descubriendo con las rutas interactivas que organizan actualmente las distintas especies de plantas y animales que habitan en este palacio.
En este recorrido también podemos sentirnos aristócratas desde las alturas, con la ciudad de Budapest a nuestros pies y principal testigo de la fuerza con la que el país brilló durante el momento álgido de la nobleza. Hablamos de nuestra última parada en este recorrido de cuento: Postapalota.
El conocido como Palacio de Correos es un hermoso edificio centenario coronado con torres de tipo bastión que ofrece una perspectiva capaz de obsesionar al cineasta Wes Anderson, obsesionado con la simetría y la belleza en cada plano.
Pero no todo lo que reluce del Postapalota es visible desde el exterior, porque en su interior se esconde un fulgor muy especial: el del Museo del Dinero. El oro que encierran sus paredes asciende hasta los rayos del atardecer que iluminan su extraordinaria terraza, a la que no dudamos en subir.
Desde aquí observamos una vista totalmente sobrecogedora de Budapest mientras disfrutamos de una reconfortante taza de café y nos visualizamos en la cúspide de la ciudad, sobre uno de los edificio de art nouveau húngaros más bonitos.
Sin duda, nuestra última parada nos hace sentir el verdadero lujo, que no tiene nada que ver con la opulencia, sino con poder disfrutar de momentos como este, de belleza extrema en un país tan mágico y lleno de sorpresas como Hungría.