Con espíritu árabe, calles mediavales y una sierra esculpida por el paso de todos los tiempos, Ronda, en la provincia española de Málaga, se proclama como uno de los pueblos más espectaculares de Andalucía-y del mundo entero-.
Asomarse a Ronda es un ejercicio de humildad. Uno se siente pequeño ante tanta belleza ( natural y monumental). Tierra de bandoleros y leyendas, de huellas fosilizadas por la historia y de calles en las que perderse para siempre.
No es casualidad que su casco antiguo esté declarado Bien de Interés Cultural, y es que tras sus primeros habitantes neolíticos pasaron por aquí celtas, fenicios, romanos y árabes hasta que los Reyes Católicos la conquistaron en 1485.
Una ciudad dividida por un cañón natural, el Tajo que forma el río Guadalevín, y unida por un espectacular puente del siglo XVIII que atrae a viajeros y turistas desde todos los rincones del mundo. Un balcón que se asoma a la Serranía de Ronda, de trazado medieval y reminiscencias árabes, de ambiente romántico e historias de bandoleros.
Un lugar donde pasar un fin de semana lleno de cultura, historia, arquitectura y, por supuesto, gastronomía.
El Tajo de Ronda es el paraje más visitado de toda la provincia de Málaga, la cima visual de una ciudad que parece colgada del cielo. Se trata de una garganta de casi 100 metros de profundidad excavada por el río Guadalevín sobre la que se alza, entre otros, el Puente Nuevo, el verdadero emblema de esta ciudad serrana, objeto de culto de innumerables artistas y poetas.
Proyectado entre 1751 y 1793 por el arquitecto conquense José Martín de Aldehuela más de 40 años hicieron falta para construir este puente de 70 metros de largo y 98 metros de alto, debido a la peligrosidad del terreno (previamente se había construido otro de distinta estructura, que se desplomó, y según cuentan, mató a varias decenas de personas).
Tal es su belleza que cuenta la leyenda que Aldehuela murió al arrojarse al Tajo de Ronda desde el puente, para evitar así construir un puente que lo superara en belleza, o por suponer, quizás, que nunca podría volver a construir algo tan sublime.
Esta es sólo una historia más de las que abundan en la ciudad de Ronda, pero sin duda, el puente es de extraordinaria belleza. Construido en forma de acueducto con sillería de piedra, a lo lejos, su estructura a base de arcos de medio punto deja abiertos tres ojos que nos permiten intuir una primera instantánea de la ciudad que aguarda.
Su recorrido sirve para unir los dos barrios más importantes de Ronda: la ciudad (de origen árabe) y el mercadillo, mientras que desde él podemos contemplar otras maravillas rondeñas: las Casas Colgantes que se asoman a las dos orillas del gran corte y miran desde arriba la pronunciada cuesta que baja hacia los baños árabes.
La Casa del Rey Moro es una de las más famosas. Se trata, en realidad, de una casa palacio del siglo XVIII y formada en su interior por una estructura irregular y laberíntica, repleta de escaleras y pasillos.
En los días del invierno, desde el puente, la naturaleza presenta su cara más abrupta, una cara que a más de uno puede atemorizar, pues la profundidad del vacío, los salientes de las rocas y la fuerza del viento han dado a este sitio su particular leyenda negra, contando con un gran número de suicidios cada año, tanto de oriundos como de foráneos que eligen este romántico paraje para perecer.
De hecho, el mismo Orson Welles también eligió este rincón del mundo para el descanso eterno, pues, según expresó en su testamento (o eso dicen), eligió ser enterrado en suelo rondeño, más concretamente en la finca de su amigo el torero Antonio Ordóñez, donde reposan sus cenizas.
Volviendo al Tajo de Ronda, se dice que hay días en los que el viento sopla tan fuerte que incluso llegan al puente algunas gotas de agua del río. Por eso, en Ronda se dice que “a veces llueve p’arriba”. Pero eso no es todo. Abandonando ya el puente, pero no el río, Ronda nos ofrece un impresionante paseo por el borde del barranco, hasta llegar al famoso “Balcón del Coño”, llamado así porque mucha gente, al asomarse al abismo desde el mirador, suelta dicho exabrupto antes de echarse hacia atrás.
Si a pesar del vértigo nos atrevemos a mirar, quizás nos sintamos un poco menos terrenales al comprobar que los pájaros vuelan bajo los pies de los que se asoman al Tajo.