Vivimos en una sociedad en constante modificación, cuya voluntad imparable puede desencadenar la destrucción de los lugares con muchos años de historia. En algunos casos, en cambio, la expresión artística influye en nuestra interpretación de lo abandonado.
Un ejemplo sería el Muro de Berlín, del cual se conservan ciertas zonas intactas, preservando retales de su vergonzosa historia como recordatorio permanente y a su vez, transformándolo en obra de arte imperecedera. Pese a ello, edificios clave en la historia de nuestro país no han sobrevivido a las demoliciones.
Ni siquiera los considerados de interés cultural, como iglesias mudéjares de Zaragoza y Calatayud ,que durante el siglo XIX no fueron considerados lo suficientemente valiosos como para conservarlos. La crisis de los últimos años ha fomentado la dejadez de múltiples edificios, incluyendo casas, fábricas, construcciones inacabadas, e incluso pueblos enteros.
Los problemas económicos, el pago del impuesto de sucesiones, daños estructurales por la mala calidad de los materiales o la falta de mantenimiento... son causa directa de muchos de los abandonos.
En este fenómeno de abandono también juega una parte importante la naturaleza; viva, salvaje e imparable, que se adueña de edificios que han caído en el desinterés y el olvido. Ahí es donde nace un lugar espiritual, donde el abandono es tan palpable como el silencio que lo habita.
La idea es invitar al espectador a viajar a esos lugares, haciéndole sentir testigo único en ese instante y creando consciencia del momento en el que vivimos. Es el privilegio de asomarse a pequeñas ventanas al pasado de lugares que revivan o desaparezcan, quedan inmortalizados para siempre.
Laura Tomé: Web