La artista plástica Helena Toraño (Llanes, Asturias, 1984) presenta en galería gijonense Gema Llamazares: "El soplo de los días" (hasta el 31 de octubre de 2020).
Por Diego Medrano
Gijón, calle Instituto, eternos vinos de la calle Instituto y riadas de estudiantes sin él que acuden cada día a Gema Llamazares a que les arregle el chasis. La galerista, vendedora nata, no tuvo el pecado de otras, querer vender solo a notarios y despreciar al resto ("apellido compuesto, pufo seguro", decían mucho en la banca), por lo que cuando regresó y sigue la crisis, los notarios se esfumaron y la clase media no tuvo más remedio que torear al quite y al pase, como pasa siempre, sin abandonar la plaza.
Veía pasar a los muchachos por una cristalera enorme, bar de la esquina, con cartapacios hechos para un mapamundi y todas las ilusiones apretaditas, colgando, fugaces a la par que luminosas de los propios pasos. Llamazares ha hecho una cantera joven asturiana envidiable, se gasta el parné en ferias nacionales e internacionales, cohesiona a los artistas entre ellos en su propia cuadra y el invento es la lámpara de Aladino.
Un día me lo dijo: ""Yo que los artistas tengan un discurso propio que los identifique". Eso tiene una traducción personal: "Yo quiero que los artistas hagan siempre lo mismo". Umbral lo decía mucho: "Yo hago siempre lo mismo, la columna es un retal o servilleta, la novela el mantel entero". Podría hacerse un ensayo de muchas páginas con esto: la construcción de una voz. Ellos no lo ven, pero Llamazares busca siempre la marca comercial, la identificación inmediata con un nombre, la venta en cascada, los muchos billetes ricos, el éxito financiero. Una maravilla y una luz.
Toraño es pop, retro, vanguardia, mundo propio. Caminaba con una gabardina enorme, playeros, el pelo muy corto y en puntas, bajo las orejas, siempre cascos y manos con dos pistolas dentro de los bolsos.
Su obra no puede ser más comercial: mundo sofisticado, mundo feliz, mundo incluso narrativo donde las secuencias (casi fotogramas) invitan a construir una novela, sin esta realidad mostrenca y montaraz que nos asola, pandemia y mascarilla, desgracias varias y a granel; la realidad de una enfermedad ("Lo que Enrique Gran le decía a Antonio López en la película de Erice: "Tu pintura es real como una enfermedad") que es contraria a la imaginación dorada, a la prospectiva ("El contrato social" de Rousseau), a luchar por algo nuevo y más justo que pugna por hacerse real.
La mujer de espaldas como enigma, parece que le interesa mucho a Toraño, pero sobre todo en sus cuadros salen o salían muchas revistas de los años 50, cata de aire acorralado, viejos tocadiscos y galas que recordamos del cine clásico; poema visual siempre donde un mundo en paz y elegante es casi moral, indica un estado de ánimo y una posición en la sociedad. Por ahí van los modernos de la Serendipia (estar bien/mal orientados hacia el éxito) y la Resiliencia (superar o no con éxito un trauma).
Tenía cuadros estupendos, yo creo que de funerales o mujeres llorando, mucha corbata y traje, y en diagonal, al sesgo, la intriga azul y mojada de lluvia sobre qué coño pasa ahí. Puro Hitchcock bailando con Hockney la danza de la crueldad y los cuerpos bellos al sol donde la luz eléctrica es sonrisa acerada, metálica, musculosa.
"El soplo de los días" es un paseo, vegetación rosa, la deriva urbana que vuelve con los neorrurales (gente sofisticada en los pueblos) a otra cosa; mujeres ricas de tacón alto y escote tipo promesa en la paz de los helechos –decía el bohemio: "Soy un helecho, con la lluvia o los tragos malos, salgo hacia fuera, como el barroco de Bernini".
Hay que buscar piso por las afueras, sí, Madame Bovary del alma mía, porque el virus del mono con alas, del murciélago sordo y ciego en la esquina como los recuerdos peores, no para
Me gustaba mucho cuando sacaba en los cuadros teléfonos de baquelita, porque sus trabajos brillan ruido y furia (lo decían mucho los cursis en los 80: "Ese cuadro está lleno de velocidad"), de palabras en alto y voz al otro lado.
Escapista, esteticista, fiel a sí misma, marca de la casa, un cuadro a quince metros se sabe que es suyo, hay voz y fondo. Me gustaban sus mujeres junto a un cisne o un perrito, a veces con un muerto tirado en el horizonte, y mucha gabardina de por medio, porque el cine negro sin gabardina queda en cómic malo.
Helena Toraño es un clásico del arte asturiano. Su arte tiene mucho de joven y antidepresivo. Mucho rock en otras soledades iluminadas, porque el rock siempre fue soledad. No hay sermón, no hay desgracia, solo un mundo bello que titila, y eso pega mucho con todo, pobreza y riqueza, whisky de veinte años y vino peleón. "El soplo de los días", como todo gran susurro, es un huracán.
Por Diego Medrano, El vigía de los colores