¿Soñar o ser soñados? Un poema de Mark Strand
La identidad del soñador ha sido constante fuente de búsquedas artísticas.
El sueño y todas las fascinantes posibilidades que el ser humano deriva del trato con él han nutrido la historia humana y, casi podríamos decir, la han constituido. Como fuente de asombro, (auto)conocimiento o como práctica espiritual y curativa, los sueños comienzan siempre con la caída de la vigilancia consciente –durante la noche, cuando nos vamos a dormir– y terminan durante la mañana, en un aparente cambio de guardia.
Nyugat
Esa ausencia de la vigilancia yoica, o como queramos llamarla, esa “observación participante” que tenemos en nuestros sueños, no deja de tener consecuencias durante la mañana cuando tratamos de saber dónde hemos estado y qué hemos visto.
El poeta y ensayista norteamericano Mark Strand (1934-2014) captó precisamente esa sensación de extrañeza, de no saber si somos nosotros o es alguien más quien ha soñado nuestros sueños, a la vez que nos lleva punto por punto a través de ese tránsito que comienza tratando de recordar un sueño y finaliza soñándolo de día, nuevamente, a través de su relato.
El poeta Mark Strand en 2013 en Nueva York, por Sarah Shatz
Sueños
Tratar de evocar la trama
y los personajes soñados,
cómo era la vida
antes de rayar el alba,
casi nunca se consigue,
e incluso entonces
no existe modo alguno de saber
si lo que sabemos es verdad.
Algo sin nombre
nos sumerge zumbando en el dormir,
y se repliega, dejándonos
en un sitio que siempre
nos suena vagamente familiar.
Tal vez sea porque llevamos
la utilería
y el escenario de nuestro día a día
con nosotros rumbo a la oscuridad,
para recordarnos
que aún seguimos con vida. Y con todo
nada de aquí es incuestionable;
los paisajes
se entremezclan con otros, las casas
nunca están donde deberían,
las puertas
y ventanas suelen abrirse
a otras puertas y ventanas,
y no contamos
ni siquiera con la persona
que se parece más a nosotros
porque ocurre
muchas veces que él, al igual
que todo lo demás, ha realizado
lo impredecible.
Y conforme se deslava la noche
la pálida alegoría de nosotros
florece, y tenemos
la impresión de ser el sueño de otro,
un personaje más del reparto del sueño
que acumula en
lo más oscuro de su persona
reflejos del mundo real.
Nada es claro;
nunca estamos seguros
de que la vida que vivimos allá
nos pertenezca.
Cada noche es lo mismo;
cuando estábamos a punto
de ponernos al día,
nos acecha una lejana sensación
de nuestra propia distancia, y el mundo
que conocíamos
se pierde poco a poco de vista.
Despertamos en ese durmiente
que es nosotros
y lo soñado es algo hecho por otro
sin que nos sea posible
señalar quién,
pero que trataba de una vida que,
lo sentimos, siempre estamos a punto
de descubrir.
Traducción de Javier Raya
Por Sebastián Gómez-Matus
via aleph
Por Juan Yuste