Cinco comportamientos que revelan falta de inteligencia emocional

Si tuviéramos que elegir qué tipo de inteligencia es la que más nos haría crecer como personas, no tenemos dudas de que sería la emocional, porque es la que nos permite leer correctamente al resto. Saber cómo se sienten los demás es imprescindible para tener una vida mental y emocionalmente sana.

Gracias a La mente es maravillosa.

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Todas las ilustraciones pertenecen a Martina Francone.

La inteligencia emocional es una competencia cada vez más valorada. Poco a poco se ha ido comprobando que resulta determinante para el buen vivir. Quienes la desarrollan son más exitosos en todos los campos de su vida, pero sobre todo más felices.

Por el contrario, la falta de inteligencia emocional trae consigo múltiples complicaciones. No importa que seas capaz de descifrar un gran enigma físico, si al final te sientes frustrado. Qué más da si logras conseguir mucho dinero, si al final del día estás encadenado a la angustia o a la tristeza.

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Esta competencia tiene que ver más bien con el autocontrol y la autoconfianza. Estas son actitudes que se cultivan internamente, pero que se reflejan en el comportamiento externo y traen consigo actitudes más asertivas.

Algunos rasgos de la falta de inteligencia emocional son bastante frecuentes y nos los encontramos en el día a día, son propios tanto de personas aparentemente exitosas, como de quienes no lo son tanto. A continuación, exponemos cinco de esos rasgos comunes que denotan falta de inteligencia emocional:

1. Estresarnos cuando alguien no entiende lo que le explicamos denota falta de inteligencia emocional

Hay quienes se ponen muy tensos si alguien no entiende de inmediato lo que quieren decirle. Lo peor es que terminan culpándolo por ello. Surgen frases como: “¿Es que es tan difícil de entender?” o “Cualquiera entiende esto”. De este modo, se pasa de una situación tensa, a una agresión.

Este rasgo revela que la persona es muy rígida y probablemente egocéntrica. Es a ella a quien le cuesta trabajo entender que hay diferentes formas de procesar y asimilar la información. Tampoco contempla la posibilidad de que su forma de explicar sea lo que esté fallando. Termina haciendo daño en una situación que se podría solucionar perfectamente con 2 minutos de paciencia.

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2. Burlarnos de los demás y creer que deben aguantar el tipo

Hay una gran diferencia entre reírte con la gente y reírte de la gente. Quienes han desarrollado su inteligencia emocional conocen esa diferencia. Pero no solo eso, sino que también logran intuir cuándo una broma causa incomodidad.

Si no se aplica la inteligencia emocional, aquí también muchos terminan culpando a los otros. Si no aguantan la broma es porque son “amargados” o hipersensibles. No se les pasa por la cabeza que quizás sus chistes en realidad no son tan graciosos. O que ofenden. O que simplemente los demás son diferentes y no tienen por qué celebrar todas sus bromas.

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3. Negarnos a considerar opiniones diferentes

A lo largo de nuestro desarrollo todas las personas conformamos lo que se llama un “sistema de creencias”. Son ideas que provienen tanto de la educación, como de las experiencias y de la propia personalidad. Nos formamos una concepción de la realidad, que nos sirve como marco de referencia.

Sin embargo, en algunos casos, este sistema de creencias también puede convertirse en una coraza. En esas circunstancias, la visión del mundo no es fruto de una elaboración personal, sino de neurosis no resueltas. Por eso cualquier opinión contraria es vista como una amenaza antes de reflexionar si es válida o no.

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4. Culpar a los demás de las dificultades que nos surgen

Este rasgo se resume parafraseando la afirmación bíblica según la cual algunos ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Hay dificultades que son estrictamente individuales, pero otras son compartidas en pareja, en equipo o en familia. A veces en esos colectivos hay personas que, cuando algo no sale bien, adjudican la responsabilidad a los otros.

Se trata de un rezago de inseguridad infantil. El implicado piensa, que un error es algo desastroso y que el objetivo es determinar quién es el culpable y no qué es lo que falla.

Si hay un mayor desarrollo emocional, el error se ve como algo normal que bien entendido puede ser el mejor estímulo para el crecimiento y, en lugar de buscar culpables, se buscan causas y soluciones.

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5. Renegar de nuestro trabajo

La mayoría de nosotros pasamos una buena parte de nuestras vidas en el trabajo. Es una realidad a la que no podemos sustraernos. Si bien no es el único aspecto de nuestra existencia, sí es uno de los que más tiempo y esfuerzo nos absorbe y haríamos mal si lo viéramos solamente como un lastre.

Cualquier trabajo, por humilde o difícil que sea, aporta a quien lo hace. Cuando la conclusión es que se trata de una labor detestable, que ya no soportamos, no hay razón para quedarse allí. Cada uno debe comprometerse con el objetivo de buscar y encontrar un trabajo que le permita evolucionar en algún sentido.

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