Estimulante
Joseph Beuys brindó con el néctar de las abejas y los cadáveres de las liebres en un afán por la eternidad, por alcanzar la densa nube del espíritu que alumbra la chispa de toda vida. El forajido de la performance alemana ha caído en un inexplicable olvido, más a más si se tiene en cuenta el éxito del que gozó durante la segunda mitad del siglo pasado, y parece de rigor recuperarlo cumpliéndose cuarenta y siete años de su primera performance en Estados-Unidos: «Me gusta América y a América le gusto yo», que lo catapultó a las constelaciones de la genialidad o, mejor dicho, a la galaxia de la internacionalidad, pues su genialidad era ya precedente.