En 1998 el cineasta griego, Theo Angelopoulos, realizó una de sus películas más memorables y entrañables, La eternidad y un día, protagonizada por el grandioso Bruno Granz.
Por Sandra P Medina
Granz interpreta a Alexandre, un poeta que está a punto de morir, pero no lo vemos postrado en la cama de un hospital, sino que nos convertimos en sus compañeros en su último día en este planeta. La película inicia con el plano general de una casa en la playa en Grecia, y a través de un travelling ingresamos a ella para encontrarnos con Alexandre niño, quien sale de la casa para sumergirse en el mar y jugar plácidamente con sus amigos, por medio de un fundido Angelopoulos, nos presenta al actual Alexandre, quien se despide de Urania (Eleni Gerasimidou) la señora que le ayudaba con los quehaceres del hogar.
Alexandre emprende entonces, su última aventura en la tierra y sale a recorrer la ciudad con su perro. La historia transcurre en un día, y somos partícipes de lo más sublime y melancólico, que el cine como manifestación poética y visual nos puede ofrecer.
El protagonista, se confronta con su pasado, y hace un recorrido a través de sus recuerdos más hermosos, revive a su difunta esposa Anna (Isabelle Renauld) para darse cuenta, que a lo largo de su vida, estuvo enclaustrado en sí mismo, en sus libros, en sus proyectos inconclusos, y en ese muro que interpuso para no ser vulnerado ni quebrantado por sus sentimientos.
Durante su última travesía, visita a su hija (Iris Chatziano) para pedirle que se haga cargo de su perro, pero al esposo de ella no le gusta tener animales en la casa, así que decide encomendárselo a Urania; Alexandre un hombre con una coraza pero con una inmensa sensibilidad, se va despojando poco a poco de todo aquello que lo mantenía atado a la tierra.
Con un épica maestría, y la impecable fotografía de Yorgos Arvani y Andreas Sinanos, Angelopoulos combina con naturalidad el pasado y el presente de Alexandre, quien se encuentra por casualidad en el camino a un pequeño refugiado albanés, interpretado con una infinita ternura por Achileas Skevi; estos dos seres solitarios, construyen una breve pero significativa amistad, y Alexandre le comparte su secreto, cuando le habla del poeta que compraba palabras, caracterizado por Fabrizzio Bentivoglio.
By The Sea, de Eleni Karaindrou, banda sonora original de La eternidad y un día:
El pasado de Alexandre, es lúcido, lleno de sol, con un cielo despejado donde abunda la felicidad, lleno de vida y esperanza, mientras su presente está ambientado en invierno, con las calles húmedas y gamas de grises que recargan su despedida de nostalgia e incertidumbre.
Pasado y presente se funden, con una bellísima dupla conformada por Ganz y Skevis, la vejez y la juventud, la sabiduría y la inocencia, la amistad, el desapego, y los recuerdos que de una manera idílica e inmaculada, Angelopoulos recreó y enalteció con la exquisita partitura de Eleni Karaindrou, para regalarnos una joya cinematográfica, cargada de texturas, y una belleza indescriptible, como una divina caricia a lo más profundo de nuestro corazón y donde la eternidad y un día, es lo que dura el mañana; una inolvidable película que exalta lo más puro y hermoso del cine como poesía.
Por Sandra P. Medina via CineEscritos
Sandra P. Medina es una periodista enfocada en el análisis cinematográfico, autora del libro Un misterio llamado David Lynch (2018), colaboradora de Cultura Inquieta. La podemos leer en su blog de cine CinEscritos